viernes, 14 de septiembre de 2007

EL progreso del peregrino - Capítulo XVII

CAPITULO XVII

Conversación con Ignorancia; situación terrible de Vuelve-atrás; robo de Poca-Fe; Cristiano y Esperanza, por no consultar la nota del camino que se les ha dado, caen en la red de Adulador.

Volví de nuevo a dormir y a soñar, y vi a los dos peregrinos bajando la montaña por el camino que llevaba a la ciudad.

Pero más abajo de las montañas hay un país que se llama de las Ideas fantásticas, del cual sale al camino por donde iban los peregrinos, una sendita tortuosa. Aquí, pues, encontraron a un joven atolondrado que venía del dicho país; se llamaba Ignorancia. Preguntado por Cristiano de qué parte venia y adonde se dirigía, respondió:

IGNORANCIA. — Nací en aquel país de la izquierda, y voy a la Ciudad Celestial.

CRISTIANO — Pero, ¿cómo cree usted que va a entrar? Por que es posible que a la puerta encuentre usted alguna dificultad.

IGNOR. — Como entran otras buenas gentes.

CRISTIANO — Pero, ¿qué puede usted presentar para que le franqueen la entrada?

IGNOR. — Conozco bien la voluntad de mi Señor, y he vivido bien; doy a cada uno lo suyo, oro, ayuno, pago diezmos y doy limosnas, y he abandonado mi propio país para dirigirme a otro.

CRISTIANO — Pero no has entrado por la portezuela que está al principio de este camino; te has colado por esa senda tortuosa, y así me temo que por más que pienses bien de ti mismo, en el día de la cuenta encontrarás que, en vez de darte entrada a la ciudad, te acusarán de ser ladrón y robador.

IGNOR. — Caballeros, sois enteramente extraños para mi; no os conozco; seguid en buena hora vosotros la religión de vuestro país, yo seguiré la del mío, y espero que todo saldrá bien. En cuanto a la puerta de que me habláis, todo el mundo sabe que está muy distante de nuestro país, no creo haya uno siquiera en todo él país que conozca el camino de ella, ni eso debe importarnos tampoco, pues tenemos, como veis, una agradable y fresca vereda que nos trae a este camino.

Al ver Cristiano a este hombre, que así se tenia por sabio en su propia opinión, dijo en voz baja a Esperanza: Más esperanza hay del necio que de él. — Y añadió: Mientras va el necio por su camino, fáltale la cordura, dice a todos, Necio es. ¿Qué te parece, seguiremos hablando con él, o nos adelantamos por de pronto y le dejamos para que medite sobre lo que acaba de oír, y luego le podremos aguardar, para ver si poco a poco es posible hacerle algún bien?—Contestóle Esperanza: — Soy de tu mismo parecer: no es bueno decírselo todo de una vez; dejémosle solo por ahora, y luego volveremos a hablarle, según nos brinde la ocasión.

Adelantáronse, pues, e Ignorancia siguió un poco más atrás. No estaban aún muy delante, cuando entraron en un paso muy estrecho y oscuro, donde encontraron a un hombre a quien habían atado siete demonios con siete fuertes cuerdas, y le volvían otra vez al postigo que los peregrinos habían visto en la falda del collado.

Un gran temblor se apoderó de nuestros peregrinos al oír esto. Sin embargo, según los demonios iban llevando al hombre, Cristiano le miró con atención para ver si le conocía, porque se le ocurrió que podía ser un tal Vuelve-atrás, que vivía en la ciudad Apostasía; pero no pudo ver su cara, porque la llevaba baja como un ladrón que acaba de ser sorprendido; pero cuando hubo pasado mirando hacia atrás, Esperanza distinguió un papel en sus espaldas con este letrero: "Cristiano licencioso y maldito apóstata." Entonces Cristiano dijo a su compañero: Ahora quiero recordar una cosa que me contaron de un buen hombre en estos sitios. Se llamaba Poca-Fe, pero era hombre muy respetable y vivía en la ciudad llamada Sinceridad, y le sucedió lo siguiente: Cerca de la entrada de este paso estrecho, bajo de la puerta del camino ancho, hay una senda llamada Vereda-de-los-muertos, y se llama así por los muchos asesinatos que en ella ocurren. Ahora bien; este Poca-Fe, estando en su peregrinación, como nosotros ahora, se sentó casualmente aquí y se echó a dormir. Sucedió entonces que venían vereda abajo desde la puerta del camino ancho tres villanos de brío: Cobardía, Desconfianza y Culpa, todos tres hermanos, y descubriendo a Poca-Fe donde yacía dormido, se acercaron a él a todo correr. Entonces ya había despertado de su sueño y se estaba preparando para continuar su viaje.

Habiendo, pues, llegado los tres, con lenguaje amenazador le mandaron detenerse. Poca-Fe se puso en extremo pálido, y no tuvo fuerzas ni para luchar ni para huir. En esto dijo Cobardía: —Entrega tu bolsa— y no dándose prisa a hacerlo (porque le dolía perder su dinero), corrió hacia él Desconfianza, y metiendo la mano en su 'bolsillo, sacó de él una bolsita llena de plata. Poca-Fe gritó a toda voz: — ¡Que me roban, que me roban!— En este momento, Culpa, que tenía un formidable garrote en su mano, descargó tal golpe en su cabeza que le tendió en el suelo, donde yacía echando sangre a torrentes. Entretanto los ladrones estaban alrededor de él; pero oyendo de repente pasos que se acercaban, y temiendo que fuese un tal Gran Gracia, que vive en la ciudad de Buena-Esperanza, huyeron a toda prisa y dejaron a este buen hombre abandonado a sí mismo. Al poco rato volvió en sí Poca-Fe, y levantándose como pudo, siguió su camino; esto es lo que me han contado.

ESPERANZA — ¿Pero le quitaron todo lo que tenía?

CRISTIANO — No; precisamente se les escapó registrar el lugar donde tenía escondidas sus alhajas, pero según me contaron, el buen hombre sintió mucho su pérdida, porque los ladrones le llevaron casi todo el dinero que tenía para sus gastos ordinarios. Aún le quedaban, es verdad, algunas monedas sueltas; pero apenas le alcanzaban para llegar al fin de su viaje. Más me contaron, si no estoy mal informado: que se vio obligado a mendigar, según viajaba, para poder vivir, porque no le era permitido vender sus alhajas. Pero mendigando y todo, adelantaba en su camino, si bien casi la mayor parte con el vientre vacío.

ESPERANZA — Pero es extraño que no le arrebataran su pergamino, con el cual debía tener entrada por la puerta Celestial.

CRISTIANO — Extraño es, en verdad, pero no se lo quitaron, aunque no fue esto debido a su habilidad, porque el pobre, atemorizado al verlos sobre sí, ni tenía poder ni habilidad para ocultar cosa alguna; fue más bien por la buena providencia que por sus propios esfuerzos el que se les escapase esa gran prenda.

ESPERANZA — Gran consuelo debió ser para él el que no le arrancasen esa joya.

CRISTIANO — Pudiera haberle sido gran consuelo si se hubiera aprovechado de ella como debía; pero los que me contaron la historia dijeron que había hecho muy poco uso de ella en todo lo que le quedaba de camino, a causa del gran susto que recibió cuando le quitaron su dinero. Se olvidó de ella durante la mayor parte de su viaje, y si alguna vez volvía a su memoria y empezaba a consolarse con ella, entonces nuevos recuerdos de su pérdida le abrumaban, quitándole toda su paz.

ESPERANZA — ¡Pobre! Debió ser muy grande su aflicción.

CRISTIANO — ¿Aflicción? Ya lo creo. ¿No lo hubiera sido también para cualquiera de nosotros el haber sido tratado como él, robado y además herido, y todo en un lugar extraño? Lo raro es que el pobre no muriera. Me contaron que iba sembrando todo su camino con amargas y dolorosas quejas, contando a todos los que le alcanzaban, o a quienes él alcanzaba, el cómo había sido robado y dónde; quiénes habían sido los que lo hirieron y cuánto había perdido, cómo había sido herido y cómo a duras penas había escapado con vida.

ESPERANZA — Pero me extraña una cosa: que no le ocurriese la idea de empeñar alguna de sus alhajas para tener con qué aliviarse en su camino.

CRISTIANO — Hablas como quien ha salido apenas del cascarón ¿por cuánto y a quién había de empeñarlas o venderlas? En el país donde fue robado no se apreciaban en nada sus joyas, ni tampoco le hubiera venido bien cualquier alivio que pudiera haber encontrado en aquel país. Sobre todo, si le hubieran faltado sus joyas a la puerta de la Ciudad Celestial, hubiera sido excluido (y eso lo sabía muy bien) de la herencia que allí hay, y eso le hubiera sido peor que la villanía de millares de ladrones.

ESPERANZA — Vamos, que contestas con mucha aspereza a mis observaciones. No seas conmigo tan agrio, y óyeme: Esaú vendió su primogenitura, y eso por una vianda, y esa primogenitura era su joya más preciosa, y si él lo hizo, ¿por qué no lo podía hacer también Poca-Fe?

CRISTIANO — Efectivamente, Esaú vendió su primogenitura, y a semejanza de él lo han hecho muchos otros, que por hacerlo han perdido la bendición mayor, como le pasó a aquel miserable; pero has de hacer diferencia entre Esaú y Poca-Fe, como también entre las circunstancias de uno y otro. La primogenitura de Esaú era típica, pero no así las joyas de Poca-Fe; Esaú no tenía más Dios que su vientre, pero no sucedió así con Poca-Fe; la necesidad de Esaú estaba en su apetito carnal; la de Poca-Fe no era de este género. Además, Esaú no pudo ver más allá que el satisfacer su apetito: "He aquí—dijo—yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura?". Pero Poca-Fe, aunque era su suerte tener tan poca fe, precisamente por ese poquito fue por lo que se detuvo de tales extravagancias, y ¡pudo ver y apreciar sus joyas mejor que venderlas, como hizo Esaú con su primogenitura! En ninguna parte leerás que Esaú tuviera fe, ni siquiera un poquito; por lo mismo, no hay que extrañar que donde impera solamente la carne (y esto pasa siempre en el hombre que no tiene fe para resistir), venda su primogenitura y su alma y su todo al mismo demonio, porque sucede con los tales como con el asno montes a quien "en su ocasión nadie podía detener". Cuando sus corazones están puestos en sus concupiscencias, las han de satisfacer, cueste lo que cueste; pero Poca-Fe era de un temperamento muy diferente: su corazón estaba puesto en las cosas divinas, su alimento era de cosas espirituales y de arriba; por tanto, ¿a qué vender sus joyas, dado caso que hubiera habido quien las comprase, para llenar su corazón con cosas vanas? ¿Dará un hombre dinero para poder llenar su vientre de paja, o se podrá persuadir a la tórtola a que se alimente de carne podrida como el cuervo? Aunque los infieles, para servir a sus concupiscencias carnales, hipotequen o empeñen o vendan lo que tienen, y a sí mismos por añadidura, sin embargo, los que tienen fe, la fe que salva, aunque sólo un poquito, no pueden hacer esto. Aquí, pues, hermano mío, tienes tu equivocación.

ESPERANZA — La reconozco, pero tu severa reflexión casi le había enfadado.

CRISTIANO — ¿Por qué? No hice más que compararte a una de esas avecillas más briosas que echan a correr por sus caminos, conocidos o sin conocer, llevando todavía el cascarón; pero vaya, pasa por alto aquello, y vamos a considerar el asunto que estamos discutiendo, y todo estará bien.

ESPERANZA — Yo, Cristiano mío, estoy persuadido en mi corazón que esos tres bribones fueron muy cobardes; de otro modo, ¿hubieran huido al ruido de uno que se aceraba? ¿Por qué no se armó de más valor Poca-Fe? Me parece que debiera haber arriesgado un combate con ellos, y sólo haber cedido cuando ya no hubiese otro remedio.

CRISTIANO — Que sean cobardes, muchos lo han afirmado; pero que lo sean de veras, pocos lo han encontrado así en la hora de la prueba. En cuanto a corazón, no lo tenía “Poca-Fe”; y por lo que dices, entiendo que tú arriesgarías sólo un ligero combate, y muy luego cederías. Y en verdad, si ahora que están distantes de nosotros es ese tu ánimo, en el caso de que se te presentasen como a él, me temo que serían muy otros tus pensamientos.

Pero considera también que éstos no eran sino ladrones subalternos, que sirven al rey del abismo insondable, el cual, a ser necesario, vendría en su ayuda, y la voz de éste es como la de un león rugiente. Yo mismo he sido acometido como Poca-Fe, y probé por mí mismo cuan terrible es. Los tres bribones me acometieron, y habiendo empezado yo a resistir, como buen cristiano, dieron una pequeña voz, y al instante su amo se personó. Y como dice el refrán, no hubiera dado dos cuartos por mi vida, si no hubiera sido porque me veía vestido, según Dios quería, de armadura de prueba; y aun vestido así, apenas puede salirse airoso. Nadie puede decir lo que le pasará en tal combate, sino el que ha pasado por él.

ESPERANZA — Es verdad, pero echaron a correr, a la simple suposición de que Gran-Gracia se acercaba.

CRISTIANO — Cierto, tanto ellos como su dueño han huido muchas veces con sólo que Gran-Gracia se haya presentado, y no debe extrañarse, porque él es campeón real; pero me parece que debes admitir alguna diferencia entre Poca-Fe y el campeón del rey; no son campeones todos los súbditos del rey, y, por tanto, no todos pueden en la prueba hacer hazañas como él. ¿Es dable pensar que un niñito venciese a Goliat como lo hizo David, o que haya en una avecilla la fuerza de un toro? Unos son fuertes, otros son débiles; unos tienen mucha fe, otros poca; este buen hombre era de los débiles, y por eso cedió.

ESPERANZA — Ojalá hubiera sido Gran-Gracia, para bien de ellos.

CRISTIANO — Voy a decirte una cosa: el mismo Gran-Gracia hubiera tenido bastante que hacer; porque has de saber que aunque maneja muy bien las armas, y los tiene a raya cuando le atacan a cierta distancia, sin embargo, si lo hacen de cerca, es decir, si Cobardía, Desconfianza o el otro logran entrar en él, poco han de poder para no echarle a tierra. Y una vez en tierra un hombre, sabes bien cuan poco puede.

Cualquiera que mire el rostro de Gran-Gracia verá en él cicatrices y heridas que se encargan de demostrar lo que digo. Aún más. He oído decir que en un combate llegó hasta decir: "Desesperamos aun de la vida." ¡Cuánto hicieron gemir, lamentar y aun gritar a David estos bribones! También Hemán y Exequias, aunque campeones en su tiempo, necesitaron grandes esfuerzos al ser asaltados por ellos, y pasaron muy malos ratos. Una vez Pedro quiso probar lo que podía, y aunque algunos dicen el es príncipe de los Apóstoles, le subyugaron de tal manera, que le hizo temer una pobre muchacha.

Además, el rey de ellos está siempre a la mano, donde pueda oírlos, y si alguna vez les va mal, y le es posible, viene al instante en su ayuda. De él se ha dicho: "Cuando alguno lo alcanzare, ni espada, ni lanza, ni dardo, ni coselete durará contra él. El hierro estima por paja y el acero por leño podrido. Saeta no le hace huir; las piedras de honda se le tornan aristas. Tiene toda arma por hojarascas, y del blandir de la pica se burla". ¿Qué puede hacer un hombre en tal caso? Verdad es que si pudiera un hombre tener en todas ocasiones el caballo de Job, y habilidad y valor para manejarle, haría cosas estupendas, porque "su cerviz está vestida de relincho, no se intimará como alguna langosta; el resoplido de su nariz es formidable; escarba la tierra, alegrase en su fuerza, sale al encuentro de las armas, hace burla al espanto y no teme ni vuelve el rostro delante de la espada; contra él suena la aljaba, el hierro de la lanza y de la pica, y él, con ímpetu y furor, escarba la tierra, sin importarle el sonido de la bocina; antes, como que dice entre los clarines, ¡ea!, y desde lejos huele la batalla, el grito de los capitanes y el vocerío".

Pero peones corno tú y yo nunca debemos desear el encontrarnos con tal enemigo, ni gloriarnos de que podamos hacerlo mejor, cuando oímos hablar de otros que han sido vencidos, ni engañarnos con la ilusión de nuestra propia fuerza; porque los que así hacen, por lo regular, salen peores de la prueba; testigo, Pedro, de quien he hablado antes. Quería vanagloriarse, sí; quería, según le movía a decir su vano corazón, hacer más y defender más a su Maestro que todos los otros; pero, ¿quién tan humillado y corrido por estos bribones, como él? Cuando, pues, oímos de la ocurrencia de tales latrocinios en el camino real, nos conviene hacer dos cosas:

Salir armados y no olvidar el escudo, porque, por falta de éste, aquél que atacó tan impávidamente al Leviathan, no (pudo rendirle, porque, cuando nos ve sin escudo, no nos tiene ningún miedo. El que tenía más habilidad que todos ha dicho: "Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno".

Bueno es también que pidamos al Rey una guardia; más aún: que él mismo nos acompañe. Eso hizo a David estar tan alegre, aun cuando se encontraba en el valle de la Sombra-de-muerte. Y Moisés prefería morir antes que dar un paso más sin su Dios. ¡Oh, hermano mío! Con sólo que nos acompañe, ¿qué hemos de temer de diez mil que se opongan contra nosotros? Pero sin él los soberbios caerán entre los muertos.

Yo, por mi parte, he estado en la pelea antes de ahora; y aunque por la bondad de Aquél que es el sumo bien, todavía, como ves, estoy vivo; sin embargo, no puedo vanagloriarme de mi valor. Me alegraré mucho de no tener que pasar por tales encuentros, aunque me temo que todavía no estamos fuera de todo peligro. Sin embargo, puesto que ni el león ni el oso me han devorado hasta ahora, espero en Dios que nos libre de cualquier filisteo incircunciso que venga detrás.

En estas pláticas pasaban su camino, e Ignorancia detrás de ellos, hasta que llegaron a un punto adonde confluía otro camino que parecía continuar tan directo como el que ellos llevaban, y no sabían cuál de ambos elegir, que los dos les parecían igualmente derechos. Por tanto se detuvieron para pensar lo que habían de hacer, a tiempo que se reunió con ellos un hombre que tenía su carne muy negra, pero cubierta de un vestido muy claro, les preguntó por qué se detenían allí. —Buscamos—respondieron—la Ciudad Celestial; pero no sabemos cuál de dos caminos escoger. —Seguidme—dijo el hombre—; allá me dirijo yo también—. Siguiéronle, pues, por el camino nuevo, pero éste, gradualmente, se iba torciendo, y hacía volver las espaldas a la ciudad a que deseaban llegar, de tal modo, que pronto vieron que se alejaban de ella sin embargo continuaron andando.

No había pasado mucho tiempo cuando, sin apercibirlo ellos, el hombre los enredó en una red tal, que no sabían cómo salir; al mismo tiempo, caía la ropa blanca de espaldas del hombre negro. Entonces se apercibieron de en dónde estaban, y dieron a llorar por algún rato, que no podían librarse.

CRISTIANO — Ahora veo que hemos caído en un error. ¿No nos aconsejaron los Pastores que nos guardáramos del adulador? Según el dicho del sabio, hemos experimentado hoy que el hombre que lisonjea a su prójimo red tiende delante de sus pasos.

ESPERANZA — También nos dieron una nota de las direcciones del camino, para que pudiéramos estar seguros de estar seguros de acertar con él; pero también nos hemos olvidado de leerla, y por eso no nos hemos preservado de las vías del Destructor. Así estaban los pobres presos en la red, cuando, por fin descubrieron a uno de los Resplandecientes, que venía a ellos con un látigo de pequeñas cuerdas en su mano. Cuando hubo llegado a ellos, les preguntó de dónde venían y qué hacían allí. Dijéronle que eran unos pobres peregrinos que iban caminando hacia Sión, pero que habían sido extraviados por un hombre negro vestido de blanco que los mandó seguirle, porque él también se dirigía allá. Entonces contestó el del látigo: —Ese era Adulador, falso apóstol, transformado en ángel de luz.

En esto rompió la red y dio libertad a los hombres, y les dijo: —Seguidme a mí, yo os pondré otra vez en vuestro camino—. Y de esta manera los volvió al camino que habían abandonado por seguir a Adulador. Contáronle entonces que la noche anterior habían estado en las montañas de las Delicias; que habían recibido de los Pastores una guía para el camino; pero que no la habían sacado ni leído por olvido; y, por último, que aunque habían sido prevenidos contra Adulador, no creyeron que fuese el que habían encontrado.

Entonces vi en mi sueño que les mandó echarse al suelo, y los castigó con severidad para enseñarles el buen camino, que nunca debían haber dejado; y mientras los castigaba les decía: —Yo reprendo y castigo a todos los que amo. Sed, pues, celosos y arrepentíos—. Hecho esto, les mandó proseguir su camino y tener mucho cuidado de obedecer a las demás direcciones de los Pastores, con lo cual ellos le dieron las gracias por tanta bondad, y emprendieron de nuevo su marcha por el camino recto, procurando no olvidar la severa lección que habían recibido, y dando bendiciones al Señor, que había usado con ellos tanta misericordia.

No hay comentarios: