viernes, 14 de septiembre de 2007

El progreso del peregrino - Capítulo XIX

CAPITULO XIX

Hablan de nuevo los peregrinos con Ignorancia, y ven en sus palabras el lenguaje de un cristiano, sólo de nombre, que no ha conocido su estado de condenación, ni, por consiguiente, su necesidad de ser perdonado y justificado por gracia. Conversación que después tuvieron acerca de Temporario, la cual es un aviso terrible y saludable para el lector.

Cuando Esperanza concluyó su razonamiento, que acabamos de referir, volvió los ojos atrás y vio a Ignorancia que los seguía, y dijo a Cristiano:

ESPERANZA — Poca pena se da ese joven por alcanzarnos.

CRISTIANO — Ya, ya lo creo; no le gusta sin duda nuestra compañía.

ESPERANZA — Pues creo que no le hubiera venido mal el habernos acompañado hasta ahora.

CRISTIANO — Esta es la verdad; pero apuesto a que él piensa de muy diferente manera.

ESPERANZA — Sí, lo creo; sin embargo, esperémosle. (Así hicieron.)

Luego que ya estuvo con ellos, dijo:

CRISTIANO — Vamos, hombre; ¿por qué te detuviste tanto?

IGNOR. — Me gusta mucho andar a solas, mucho más que ir acompañado, a no ser que la compañía sea de grado — Dijo entonces Cristiano a Esperanza al oído no te dije que no le gustaba nuestra compañía?"

CRISTIANO — Pero, vamos, acércate, y empleemos nuestro tiempo en este lugar solitario con una buena conversación. Di, ¿cómo te va? ¿Cómo están las relaciones entre tú y tu alma?

IGNOR. — Confío que bien; estoy siempre lleno de buenos movimientos que vienen a mi mente para consolarme en mi camino.

CRISTIANO — ¿Qué buenos movimientos son esos?

IGNOR. — Pienso en Dios y en el cielo.

CRISTIANO — Esto hacen también los demonios y las almas condenadas.

IGNOR. — Pero yo medito en ellos y los deseo.

CRISTIANO — Así hacen también muchos que no tienen habilidad alguna de llegar a ellos jamás; desea y nada alcaza el alma del perezoso.

IGNOR. — Pero yo pienso en ellos, y lo abandono todo por ellos.

CRISTIANO — Mucho lo dudo, porque eso de abandonarlo es cosa muy difícil. Sí, más difícil de lo que piensan muchos. Pero ¿en qué te apoyas para pensar que lo has abandonado todo por Dios y el cielo?

IGNOR. — Mi corazón me lo dicta.

CRISTIANO — Dice el sabio que "el que confía en su corazón es necio".

IGNOR. — Eso es cuando el corazón es malo; el mío es bueno.

CRISTIANO — ¿Y cómo lo pruebas?

IGNOR. — Me consuelo con las esperanzas del cielo.

CRISTIANO — Eso bien puede ser un engaño; porque el corazón de un hombre puede suministrarle consuelo con la esperanza de aquella misma cosa que no tiene fundamento alguno para esperar.

IGNOR. — Pero mi corazón y mi vida se armonizan perfectamente, y, por lo mismo, mi esperanza está bien fundada.

CRISTIANO — ¿Quién te ha dicho que tu corazón y tu vida están en armonía?

IGNOR. — Me lo dice mi corazón.

CRISTIANO — Pregunta a mi compañero si soy yo ladrón. ¡Tu corazón te lo dice! Si la palabra de Dios no da testimonio en este asunto, otro testimonio es de ningún valor.

IGNOR. — Pero ¿no es bueno el corazón que tiene buenos pensamientos? ¿Y no es buena la vida que está en armonía con los mandamientos de Dios?

CRISTIANO — Sí; es verdad. Es corazón bueno el que tiene buenos pensamientos, y vida buena la que está en armonía con los mandamientos de Dios; pero, en verdad, una cosa es tenerlos y otra cosa es pensar sólo que se tienen.

IGNOR. — Dime, pues, ¿qué entiendes tú por buenos pensamientos y por conformidad de vida con los mandamientos de Dios?

CRISTIANO — Hay buenos pensamientos de diversas clases: unos, acerca de nosotros mismos; otros, acerca de Dios y Cristo, y otros, acerca de otras cosas.

IGNOR. — ¿Cuáles son los pensamientos buenos acerca de nosotros mismos?

CRISTIANO — Los que estén en conformidad con la palabra de Dios.

IGNOR. — ¿Cuándo están conformes nuestros pensamientos acerca de nosotros mismos con la palabra de Dios?

CRISTIANO — Cuando hacemos de nosotros los mismos juicios que hace la palabra. Me explicaré. Dice la palabra de Dios de los que se encuentran en un estado natural, que "no hay justo, que no hay quien haga el bien". Dice también que "todo designio de los pensamientos del corazón del hombre es, de continuo, solamente el mal"; y añade: "el instinto del corazón del hombre es malo desde su juventud". Ahora bien; cuando pensamos de nosotros mismos de esta manera y lo sentimos verdaderamente, entonces son buenos nuestros pensamientos, porque están en armonía con la palabra de Dios.

IGNOR. — Nunca creeré que mi corazón es tan malo.

CRISTIANO — Por lo mismo, nunca has tenido en toda tu vida un solo buen pensamiento de ti; pero déjame seguir, como la palabra pronuncia sentencia sobre nuestros corazones, la pronuncia también sobre nuestros caminos; y cuando nuestros juicios acerca de nuestros corazones y nuestros caminos concuerdan con el juicio que de ellos hace la palabra, entonces ambos son buenos, porque están conformidad unos con otros.

IGNOR. — Explica el sentido de esas palabras.

CRISTIANO — Dice la palabra de Dios que "los caminos del hombre son torcidos", que "no son buenos, sino pervertidos; dice que "los hombres, por naturaleza, se han extraviado del camino, que no lo han conocido siquiera".

Ahora bien; cuando un hombre piensa así de sus caminos es decir, cuando piensa con sentimiento y humillación de corazón, entonces es cuando tiene buenos pensamientos de sus propios caminos, porque sus juicios concuerdan entonces con el juicio de la palabra de Dios.

IGNOR. — ¿Qué son buenos pensamientos acerca de Dios?

CRISTIANO — Lo mismo que he dicho acerca de nosotros mismos: Cuando nuestros pensamientos sobre Dios concuerdan con lo que dice de El la Palabra, y esto es cuando pensamos en su ser y atributos, como la Palabra enseña; pero de esto no puedo ocuparme ahora extensamente. Hablando solamente de Dios en sus relaciones con nosotros, tenemos pensamientos buenos y rectos El, cuando pensamos que nos conoce mejor que nosotros a nosotros mismos, y puede ver el pecado en nosotros, cuando nosotros no lo veamos en manera alguna en nosotros mismos; cuando pensamos que conoce nuestros pensamientos más íntimos, y que nuestro corazón, con todas sus profundidades, está siempre descubierto a sus ojos; cuando pensamos que todas nuestras justicias hieden ante El, y, por tanto, no puede sufrir que estemos en su presencia con confianza alguna en nuestras obras, aun las mejores.

IGNOR. — ¿Te parece que soy tan necio que crea que Dios no ve más que lo que yo veo, o que me atrevería a presentarme a Dios aun con la mejor de mis obras?

CRISTIANO — Pues entonces, ¿cómo piensas en este asunto?

IGNOR. — Pues, para decirlo en pocas palabras, creo que es necesario tener fe en Cristo para ser justificado.

CRISTIANO — ¿Cómo piensas que puedes tener fe en Cristo, cuando no ves tú necesidad de El, ni conoces tus debilidades, ni originales ni actuales; antes bien, tienes de ti mismo y de lo que haces una opinión tal, que prueba muy claramente que nunca has visto la necesidad de la justicia personal de Cristo para justificarte delante de Dios? ¿Cómo, siendo esto así, puedes decir: Yo creo en Cristo?

IGNOR. — Creo bastante bien, a pesar de todo eso.

CRISTIANO — ¿Y cómo crees?

IGNOR. — Creo que Cristo murió por los pecadores, y que seré justificado delante de Dios y libre de la maldición, mediante que El acepta graciosamente mi obediencia a su ley; o, para decirlo de otra manera: Cristo hace que mis deberes religiosos sean aceptables a su Padre, en virtud de sus méritos, y de este modo, yo soy justificado.

CRISTIANO — Permíteme que conteste a esta tu confesión de fe:

1°, Crees con una fe fantástica, porque tal fe no la encuentro así escrita en ninguna parte de la Palabra.

2°, Crees con una fe falsa, porque quita la justificación de la justicia personal de Cristo y la aplica a la tuya propia.

3°, Esa fe hace que Cristo sea el que justifica, no tu persona, sino tus acciones, y luego tu persona por causa de tus acciones, y esto es falso.

4º, Por tanto, esta fe es engañosa, y tal que te dejará bajo la ira en el día del Dios Altísimo, porque la verdadera fe justificante hace que el alma, convencida de su condición por la ley, acuda por refugio a la justicia de Cristo (cuya justicia no es un acto de gracia, en el cual; que tu obediencia sea aceptada por parte de Dios y la justificación, sino su obediencia personal a la ley en hacer y sufrir por nosotros lo que aquélla exigió de nosotros). Esta justificación, digo, la verdadera fe la acepta, y bajo su manto el alma está abrigada, y por ello se presenta sin mancha delante de Dios, y es aceptada y absuelta de la condenación.

IGNOR. — Pero qué, ¿quieres que nos confiemos en lo que Cristo ha hecho en su propia persona sin nuestra participación? Esta fantasía daría rienda suelta a nuestras concupiscencias, y nos permitiría vivir según nuestro propio antojo; porque, ¿qué nos importaría el cómo viviésemos, si podemos ser justificados de todo por la justicia personal de Cristo con sólo tener fe en ella?

CRISTIANO — Ignorancia te llamas, y es mucha verdad; eso eres, y esa tu última contestación lo pone en evidencia, ignorante estás de lo que es la justicia que justifica, y también ignorante de cómo has de asegurar tu alma por fe de la terrible ira de Dios. También ignoras los verdaderos efectos de esta fe salvadora en la justicia de Cristo, que son: inclinar y ganar el corazón a Dios en Cristo, que ame su nombre, su palabra, sus caminos y su pueblo, y no como tú, en tu ignorancia, te lo imaginas.

ESPERANZA — Pregúntale si alguna vez se le ha revelado Cristo desde el cielo.

IGNOR. — ¿Cómo? ¿Eres tú de los que creen en revelaciones? Vaya, creo que lo que tú y comparsa decís sobre materia no es más que el fruto de un cerebro desordenado.

ESPERANZA — Pero hombre, Cristo está tan escondido en Dios de la compresión natural de la carne, que nadie puede conocerle de una manera salvadora, si Dios, el Padre, no se lo revela.

IGNOR. — Esa será tu creencia, pero no la mía, y, sin embargo, no dudo de que la mía sea tan buena como la tuya, aunque mi cabeza no esté como la de ustedes.

CRISTIANO — Permitidme que tercie aquí con una palabra: no se debe hablar tan ligeramente de este asunto, porque yo afirmo rotunda y resueltamente lo mismo que mi buen compañero: que ningún hombre puede conocer a Jesucristo sino por la revelación del Padre. Más aún: Que la fe, por la cual el alma se hace de Cristo para ser una fe recta, ha de ser operada por la supereminente grandeza de su poder. De esta operación de la fe percibo que nada sabes, pobrecito Ignorancia. Despiértate, pues, reconoce tu propia miseria y acude al Señor Jesús, y por su justicia, que es la justicia de Dios (porque él mismo es Dios), serás librado de la condenación.

IGNOR. — Andáis muy de prisa; no puedo andar a vuestro paso; idos delante; tengo que detenerme todavía.

Y se despidió de ellos.

Entonces dijo Cristiano a su compañero:

CRISTIANO — Vamos, pues, buen Esperanza; está visto que tú y yo hemos de andar otra vez solitos.

Dieron, pues, a caminar a buen paso, mientras Ignorancia los seguía cojeando; y mientras caminaban les oí el siguiente diálogo:

CRISTIANO — Mucha lástima me da este pobre. Creo que al fin lo va a pasar muy mal.

ESPERANZA — Desgraciadamente, hay muchísimos en nuestra ciudad que están en la misma condición, familias enteras y aun calles enteras, y eso que son también peregrinos, y si hay tantos entre nosotros, calcula cuántos habrá en el lugar donde él nació.

CRISTIANO — Sí, dice la verdad la Palabra: "Les ha cerrado los ojos para que no vean..."

Pero ahora que estamos otra vez solitos, dime: ¿qué te parece de tales hombres? ¿Crees tu que alguna que otra vez tengan convicción de pecado y, por consiguiente, temores de que están en estado peligroso?

ESPERANZA — Esa pregunta nadie mejor que tú misino puede contestarla, pues eres mayor que yo.

CRISTIANO — Mi respuesta es que, a mi parecer, es posible: las tengan alguna que otra vez; pero siendo por naturaleza ignorantes, no comprenden que esta convicción tiende a su provecho, y buscan de todos modos ahogarla, siguen presuntuosamente adulándose a sí mismos en el camino de sus propios corazones.

ESPER — En efecto, también yo creo como tú que el miedo sirve mucho para bien de los hombres y para hacerles ir derechos al principio de su peregrinación.

CRISTIANO — De eso no podemos dudar que es bueno, por eso así lo dice la Palabra: "El temor de Jehová es el principio de la sabiduría".

ESPERANZA — ¿Cómo podrías tú describir el miedo que es bueno?

CRISTIANO — El miedo bueno se describe por tres cosas:

1º, Por su origen, es causado por las convicciones salvadoras de pecado. 2º, Impele al alma a asirse de Cristo para salvación. 3º, Engendra y conserva en el alma una gran reverencia a Dios y a su Palabra y a sus caminos, manteniéndola tierna y haciéndola temerosa de volverse de ellos a diestra y siniestra, o hacer cosa alguna que pudiera deshonrar a Dios, alterar su paz, contristar al Espíritu Santo, ser causa de que el enemigo hiciese algún reproche.

ESPERANZA — Estoy conforme; creo que has dicho la verdad. ¿No hemos salido todavía del terreno encantado?

CRISTIANO — Pues qué, ¿te cansa esta conversación?

ESPERANZA — No por cierto; pero quisiera saber dónde estamos.

CRISTIANO — Aún nos falta como una legua que andar para salir de él; pero volvamos a nuestro asunto. Los ignorantes no conocen que tales convicciones que les atemorizan para su bien, y por esto procuran ahogarlas.

ESPERANZA — ¿Y cómo procuran ahogarlas?

CRISTIANO — 1°, Creen que esos temores son obra del demonio (aunque en verdad son de Dios), y así los resisten como cosas que tienden directamente a su ruina. 2°, Piensan también que los tales temores tienden a perjudicar su fe, cuando, ¡desgraciados de ellos!, no tienen ninguna, y por esto endurecen su corazón contra ellos. 3°, Suponen que no deben temer, y por esto, a pesar de sus temores, se hacen vanamente confiados. 4°, Opinan que estos temores tienden a rebajar su antigua y miserable propia santidad, y por esto los resisten con toda su fuerza.

ESPERANZA — Algo de esto he experimentado yo mismo, porque antes de convencerme a mí mismo me pasó lo que acabas de decir.

CRISTIANO — Bueno, dejaremos ya por ahora a nuestro vecino Ignorancia, y nos ocuparemos de otra cuestión provechosa.

ESPERANZA — Enhorabuena; pero te suplico que la propongas también tú otra vez.

CRISTIANO — Pues bien; ¿conociste allá en tu tierra, hace cosa de unos diez años, a un tal Temporario, que era entonces un hombre bastante fervoroso en religión?

ESPERANZA — ¡Oh! Sí, no lo he olvidado; vivía en Singracia, pueblo que dista cosa de media legua de Honradez, y su casa estaba inmediata a la de un tal Vuelve-atrás.

CRISTIANO — Tienes razón. Vivía con él bajo el mismo techo. Bueno, pues ese estuvo una vez muy despierto; creo que entonces tenía alguna convicción de sus pecados y de la paga que se les debe.

ESPERANZA — Así era, efectivamente. Su casa no distaba más que una legua de la mía, y solía muchas veces venir a mí y con muchas lágrimas; en verdad que me daba lástima, y no perdí del todo mis esperanzas sobre él; pero está visto que no son cristianos todos los que dicen: ¡Señor, Señor!

CRISTIANO — Me dijo una vez que estaba resuelto a ir en peregrinación, como hacemos nosotros ahora; pero de repente tuvo conocimiento con un tal Sálvese-él-mismo, y entonces ya dejó mi amistad.

ESPERANZA — Pues ya que hablamos de él, inquiramos la razón de su repentina apostasía y de la de otros como él.

CRISTIANO — Nos podrá servir de mucho provecho; pero ahora empieza tú.

ESPERANZA — Pues bien; en mi juicio hay cuatro razones a ella:

1ª, Aunque están despiertas las conciencias de tales hombres, sin embargo, sus corazones no se han cambiado; eso, cuando se amortigua la fuerza de la culpa, acaba también lo que les inducía a ser religiosos, y, naturalmente vuelven otra vez a sus antiguos caminos, así como vemos que el perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a volcarse en el cieno. Como he dicho, éstos buscan ávidos el cielo, sólo a causa de su aprensión y temores de tormentos del infierno, y una vez entibiada y resfriada la aprensión del infierno y su temor de la condenación, se entibian y resfrían también sus deseos del cielo y de la salvación, y por esto cuando han pasado su culpa y temor, acaban también sus deseos y vuelven a sus caminos.

2ª, Otra razón es que sus temores son serviles, es decir no son éstos temores de Dios, sino temores de los hombres, y "el temor del hambre pondrá lazo". Así aunque aparecen muy ávidos del cielo, mientras sienten las llamas del infierno alrededor de ellos; sin embargo, cuando ese terror ha pasado un poco, ya les vienen otros pensamientos, como son, que es bueno ser prudente y no arriesgar por lo que no saben la pérdida de todo, o a lo menos, que no es bueno meterse en inevitables e innecesarias aflicciones, y así vuelven a hacer sus paces otra vez con el mundo.

3ª, También suele ser tropezadero en su camino la vergüenza que suele acompañar a la religión; son orgullosos y altivos, y la religión, a sus ojos, es baja y despreciable; por esto, una vez perdido su sentido del infierno y de la ira venidera, vuelven a su antiguo modo de vivir.

4ª, Les parece son muy gravosos la culpa y el pensar con terror en ella; no les gusta contemplar sus miserias antes de tiempo; porque aunque tal vez la primera consideración de esto les haría refugiarse donde se refugian los justos, y donde estuviesen seguros, sin embargo, como rehuyen esos pensamientos de la culpa y del terror, una vez que ya se han hecho insensibles a sus convicciones y al temor de la ira de Dios, endurecen voluntariamente sus corazones, y escogen precisamente los caminos que contribuyen más a este endurecimiento.

CRISTIANO — Creo que vas bastante acertado, porque el fundamento de todo es la falta de un cambio en su corazón y voluntad, y por eso son semejantes al reo cuando está delante del juez se estremece y tiembla, y parece arrepentirse de todo corazón; pero la causa de todo esto es el temor que tiene de la horca y no el odio al delito; dejad si no a tal hombre en libertad, y seguirá siendo un ladrón y un malvado como antes, mientras que si hubiera cambiado su corazón, hubiera cambiado también su conducta.

ESPERANZA — Ya que yo te he mostrado las razones de la apostasía de éstos, muéstrame tú ahora la manera de ella.

CRISTIANO — Voy a hacerlo de buena voluntad:

1°, Apartan sus pensamientos todo lo posible de la meditación y el recuerdo de Dios, de la muerte y del juicio venidero.

2°, Abandonan poco a poco, y por grados, sus deberes privados, como la oración secreta, el refrenamiento de sus concupiscencias, la vigilancia sobre si mismos, el dolor de pecados y otros semejantes.

3°, Luego huyen de la compañía de los cristianos fervorosos y entusiastas.

4º, Se van enfriando en cuanto a los deberes públicos, como la lectura y predicación de la palabra, trato piadoso con otros cristianos, etc.

5º, Ya empieza a gustarles cortar sayos, como se dice, (criticar) a las personas piadosas, y esto de una manera infernal, para tener una excusa aparente para echar fuera la religión, con el pretexto de algunas debilidades que han descubierto en los que la profesan.

6º, Después vienen a adherirse y asociarse con hombres carnales, licenciosos y livianos.

7º, Luego se entregan secretamente a conversaciones carnales y livianas, alegrándose de ver cosas semejantes en algunos que son tenidos por honrados, para disfrazarse con ellos y poder hacerlo más atrevidamente.

8°, Por fin empiezan a jugar abiertamente con los pecadillos, llamándolos cosa de poca entidad; y

9º, Endureciéndose de esta manera se manifiestan enteramente como son. Así, habiéndose lanzado en el abismo de la miseria, si un milagro de la gracia no lo previene, perecen para siempre en sus propios engaños.

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