viernes, 14 de septiembre de 2007

EL progreso del peregrino - Capítulo XIII

CAPITULO XIII

Evangelista sale otra vez al encuentro de los peregrinos y los prepara para nuevos trabajos. Entran en la feria Vanidad, y la gente se burla de su vestido, de su lenguaje y de su conducta. Son perseguidos, y Fiel es entregado a muerte por aquellas gentes.

Apenas nuestros peregrinos hubieron salido de este desierto, Fiel, volviendo sus ojos atrás, vio venir a uno, a quien reconoció pronto, y dijo a su compañero: —Mira quién viene allí—. Miró Cristiano, y dijo: — ¡Es mi buen amigo Evangelista! —Sí—dijo Fiel—, y mío también, porque él fue quien me encaminó a la puerta—. En esto llegó a ellos Evangelista, y los saludó diciendo:

EVANGELISTA. — Paz sea con vosotros, amadísimos, y paz con los que les ayuden.

CRISTIANO — «Bienvenido, bienvenido, mi buen Evangelista; la vista de tu rostro me recuerda tu antigua bondad y tus incansables esfuerzos por mi bien eterno.

FIEL — Sí, mil veces bienvenido, ¡oh dulce Evangelista! ¡Cuan deseable es tu compañía para estos pobres peregrinos!

EVANGELISTA — ¿Cómo lo habéis pasado, amigos míos, desde nuestra última separación? ¿Qué habéis encontrado y cómo os habéis portado?

Entonces le contaron Cristiano y Fiel cuanto les había sucedido en el camino, y cómo y con cuánta dificultad habían llegado adonde estaban.

—Mucho me alegro—dijo Evangelista—, no de que os hayáis encontrado con pruebas, sino de que hayáis salido vencedores, y de que, a pesar de vuestras muchas flaqueras, hayáis seguido en el camino hasta el día de hoy. Y me alegro de esto tanto por vosotros como por mí: yo he sembrado y vosotros habéis recogido, y viene el día cuando "el que siembra y el que siega gozarán juntos"; esto es, si os mantenéis firmes, "porque a su tiempo segaréis si no hubiereis desmayado". Delante de vosotros está la corona, y es incorruptible: "corred de tal manera que la obtengáis". Algunos hay que se ponen en camino para alcanzar esta corona, y después de haber adelantado mucho en él, otro se interpone y se la arrebata. Retened, pues, lo que ya tenéis para que ninguno os quite vuestra corona; todavía no estáis fuera del alcance de Satanás; "todavía no habéis resistido hasta la sangre combatiendo contra el pecado". Tened siempre el reino delante de vuestros ojos, y creed firmemente en las cosas invisibles. No dejéis que invada vuestro corazón nada del lado acá del mundo; y, sobre todo, velad bien sobre vuestros corazones y sus concupiscencias, porque son "engañosos sobre todas las cosas y desesperadamente malos"; poned vuestros rostros como un pedernal; tenéis a vuestro lado todo poder en el cielo y en la tierra.

Cristiano entonces le dio las gracias por su exhortación, y le rogó que les enseñase todavía más para ayudarles en lo que les quedaba de su camino, y tanto más cuanto que sabían que era profeta, y podía decirles algunas de las cosas que les habían de suceder, y cómo podrían resistirlas y vencerlas. Lo mismo rogó también Fiel, y entonces Evangelista prosiguió:

EVANGELISTA — Hijos míos, habéis oído en la palabra de verdad del Evangelio, que "por muchas tribulaciones es menester que entremos en el reino del cielo"; y otra vez, que "en cada ciudad os esperan prisiones y persecuciones", y, por tanto, debéis esperar que muy pronto en vuestro camino las encontréis en una o en otra forma. La verdad de estos testimonios, en parte ya la habéis encontrado, y lo demás no tardará en venir, porque, según podéis ver, casi estáis fuera de este desierto y, por tanto, llegaréis pronto a una ciudad, que está muy próxima, en la cual los enemigos os acometerán y se esforzarán por mataros. Tened, además, por cierto que uno o los dos tendréis que sellar vuestro testimonio con sangre; pero sed fieles hasta la muerte, y el rey os dará una corona de vida. El que allí muera, aunque su muerte será penosísima y sus padecimientos tal vez muy grandes, tendrá, sin embargo, mejor suerte que su compañero, no sólo porque habrá llegado antes a la ciudad celestial, sino porque así se librará de muchas miserias, que aún encontrará el otro en el resto de su jornada. Pero cuando hayáis llegado a la ciudad y encontréis cumplido lo que aquí os anuncio, acordaos entonces de vuestro amigo: Portaos varonilmente, y "encomendad vuestras almas a Dios como a fiel Creador haciendo bien".

Entonces vi en mi sueño que apenas hubieron salido «el desierto, cuando vieron delante de sí una población, cuyo nombre es Vanidad, y en la cual se celebra una feria, llamada la feria de Vanidad, que dura todo el año. Lleva este nombre porque la ciudad donde se celebra es más liviana que la Vanidad, y también porque todo lo que allí concurre y allí se vende es vanidad, según el dicho del sabio: todo es vanidad.

Esta feria no es nueva, sino muy antigua. Voy a declararos cuál fue su principio: Hace casi cinco mil años había ya peregrinos que se dirigían a la ciudad celestial, cual lo hacen ahora estos dos: apercibido entonces Belcebú, Apollyón y Legión con sus compañeros por la dirección que estos peregrinos llevaban, que les era forzoso pasar por medio de esta ciudad de Vanidad, se convinieron en establecer esta feria, en la cual se vendería toda especie de vanidad, y duraría todo el año. Por eso en esta feria se encuentran toda clase de mercancías: casas, tierras, negocios, colocaciones, honores, ascensos, títulos, países, reinos, concupiscencias y placeres, y toda clase de delicias, como son rameras, esposas, maridos, hijos, amos, criados, vidas, sangre, cuerpos, almas, plata, oro, perlas, piedras preciosas y muchas cosas más.

En ella se encuentran también constantemente truhanerías, engaños, juegos, diversiones, arlequines, bufones, bribones y estafadores de toda especie.

No para en esto sólo: allí se ven, y eso de balde, robos, muertes, adulterios, falsos juramentos; pero no como quiera sino hasta los de color más subido.

Como en otras ferias de no tanta importancia, aquí se encuentran también varias calles y travesías destinadas a mercancías especiales. Algunas de estas calles y pasadizos llevan el nombre de reinos y países especiales, donde están expuestos géneros peculiares de ellos; calle de España, Francia, Italia, Alemania, Inglaterra, etc. Pero como en todas las ferias hay siempre un género que prevalece más, así en ésta también el de Roma priva mucho, sólo que en la nación inglesa y en algunas otras se han disgustado bastante con él, y tratan de hacerle competencia.

Pues bien; el camino de la ciudad celestial pasa precisamente por medio de esta población, y el que quisiere ir a la ciudad celestial sin pasar por ella le sería necesario salir del mundo.

El mismo Príncipe de los príncipes, cuando estuvo en el mundo, tuvo que pasar por esta población para llegar a su propio país; tuvo también que hallarse en la feria; y, según creo, el mismo Belcebú era entonces señor de ella, y le invitó en persona a comprar de sus vanidades, y aun más, le hubiera hecho dueño de ella con sólo que le hubiese hecho una reverencia al pasar por la población. Como era persona de tanta categoría, Belcebú le condujo de una en otra calle y le mostró todos los reinos del mundo en un instante de tiempo por si podía seducir a aquel Bendito a comprar algunas de sus vanidades; pero a ninguna de ellas tuvo apego, y salió de la ciudad sin gastar siquiera un céntimo en sus vanidades. Esta feria, pues, es muy antigua y de mucha consideración.

Por esta feria era menester que los peregrinos pasasen, y, efectivamente, así lo hicieron; pero apenas se apercibieron de ello, toda la gente y la población misma se conmovió y hubo un alboroto por su causa. Voy a contar las razones de esto:

1. Siendo el vestido de los peregrinos muy diferente del de los que comerciaban en aquella feria, la gente no se cansaba de mirarlos; unos decían que eran tontos, otros que estaban locos, otros que eran extranjeros.

2 Y si mucho se maravillaban de sus vestidos, no menos se asombraban de su hablar, porque eran pocos los que podían entenderlo. Naturalmente, hablaban el idioma de Canaán, y la gente de la feria hablaba el de este mundo; así que de un lado a otro de la feria parecían bárbaros los unos a los otros.

3. Pero lo que más asombró a los traficantes era que estos peregrinos hacían muy poco caso de sus mercancías; ni aun se tomaban siquiera la molestia de mirarlas, y si se les llamaba a comprar, tapándose los oídos, exclamaban: —Aparta mis ojos para que no vean la vanidad. Y miraban hacia arriba, como dando a entender que sus dependencias estaban en el cielo.

Uno, queriendo mofarse de estos hombres, les dijo burlándose: — ¿Qué queréis comprar?— Y ellos, mirándole con ojos serios, le dijeron: —Compramos la verdad.

Esta respuesta fue motivo de nuevos desprecios; unos se burlaban de ellos, otros los insultaban, otros terceros los escarnecían, y no faltó quien propusiese el apalearlos. Por fin llegaron las cosas a tal extremo, y hubo tan gran tumulto en la feria, que se alteró el orden por completo. Entonces se dio parte de ello al principal de la feria, el cual, personándose en el sitio de la ocurrencia, encargó a algunos de sus amigos de confianza que examinasen a los que habían puesto en confusión a la ciudad.

Fueron llevados, pues, para ser interrogados, los que los juzgaban les preguntaron de dónde venían, adonde iban y qué hacían allí en traje tan extraño. —Somos peregrinos en el mundo—contestaron—, y nos dirigimos a nuestra patria, que es la Jerusalén celestial. No hemos dado ocasión a los habitantes de la ciudad, ni tampoco a los feriantes, para abusar de nosotros de tal manera y detenernos en nuestro viaje, como no sea porque hemos contestado a lo que nos pedían que compráramos, que nosotros sólo quisiéramos comprar la verdad. —Mas el tribunal de los jueces declaró que estaban locos y habían venido solamente a perturbar el orden de la fiesta. Por lo tanto, los prendieron, los hirieron con golpes, y, llenándolos de inmundicia, los encerraron en una jaula para servir de espectáculo a todos los hombres de la feria; allí, pues, quedaron por gran tiempo, y fueron hechos el blanco de la diversión, malicia o venganza de cualquiera. El principal de la feria se reía de todo esto, al mismo tiempo que, siendo ellos inocentes y "no volviendo maldición por maldición, sino antes por el contrario, bendiciones", dando buenas palabras por malas y favores por injurias, algunos hombres de la feria, que eran más observadores y más despreocupados que los demás, empezaron a contener al vulgo y reprenderlo por sus injustificados abusos y atropellos. Mas éste, irritado, se volvió contra ellos, llamándolos tan malos como los de la jaula, e indicando sus sospechas de que eran aliados, amenazándoles con las mismas penas. La réplica de aquéllos fue enérgica: —Nuestros peregrinos —dijeron—son pacíficos y sobrios, a lo que hemos podido ver, y no intentan hacer mal a nadie; muchos de los feriantes merecían ser puestos en la jaula y en el cepo mejor que esos pobrecitos, de quien se ha abusado tanto.

Así continuaron largo rato en contestaciones, mientras los pobres presos se conducían con toda sabiduría y templanza, hasta que aquéllos llegaron a las manos y se herían unos a otros. Entonces los dos presos fueron llevados de nuevo delante de sus interrogadores, y allí acusados de haber promovido la reciente confusión en la feria. En consecuencia, los apalearon lastimosamente, les pusieron las cadenas, y así encadenados, los pasearon por toda la feria, para escarmiento y terror de los demás, a fin de que nadie tomase su defensa o se juntase con ellos. Pero Cristiano y Fiel se portaron con gran sabiduría, y recibían la ignominia y la vergüenza a que se les exponía, con tanta mansedumbre y paciencia, que ganaron en su favor unos cuantos de los hombres de la feria (aunque por cierto fueron muy pocos relativamente). Esto exasperó mucho más a los de la otra parte, así que resolvieron la muerte de estos dos hombres. Por cuya razón los amenazaron con que, no bastando jaulas ni cadenas, deberían morir, por el abuso que habían cometido y por haber engañado a los hombres de la feria. Así que los encerraron otra vez en la jaula y los metieron en el cepo, hasta que se determinase lo que se había de hacer con ellos.

Entonces se acordaron estos dos de lo que Evangelista les había dicho, y este recuerdo los confirmó tanto más en sus caminos y sufrimientos, cuanto que ya se les había anunciado. También se consolaban mutuamente con el pensamiento de que el que más sufriese llevaría la mejor suerte, por lo cual ambos deseaban en secreto tener la preferencia; mas siempre poniéndose en manos de Aquel que dispone todas las cosas con sabiduría y acierto altísimos. Así continuaron hasta que se resolviese otra cosa.

Entonces se concedió tiempo para el proceso y consiguiente condenación. Llegado el día, fueron presentados en público y acusados. El nombre del juez era el excelentísimo señor Odio-a-lo-bueno. Su acusación fue la misma en sustancia, aunque algo variada en la forma; los cargos que contenía eran como siguen; "Que eran enemigos y perturbadores del comercio; que habían producido conmociones y bandos en la ciudad, y se habían ganado un partido a sus opiniones peligrosísimas en desacato de la ley de su Príncipe."

Pidió Fiel la palabra para defenderse, y dijo: —Sólo me he opuesto al que se había levantado primero en contra de Aquél que es más superior al ¡más alto! En cuanto a los disturbios, yo no los he promovido, soy un hombre de paz; los que tomaron nuestra defensa lo hicieron al ver nuestra verdad e inocencia, y no han hecho más que pasar de un estado peor a otro mejor. Y por lo que atañe al rey de quien habláis, que es Belcebú, el enemigo de nuestro Señor, yo le desafío a él y a todos sus secuaces.

Entonces se hizo un pregón para que los que tuviesen algo que decir en pro de su Señor el rey, y en contra de los reos, compareciesen desde luego y diesen su testimonio. Presentáronse tres testigos, a saber: Envidia, Superstición y Adulación. Preguntados si conocían al reo, y sobre lo que tenían que decir contra él y en pro de su Señor el rey, se adelantó Envidia, y habló como sigue:

ENVIDIA — Excelentísimo señor: He conocido a este hombre por mucho tiempo, y atestiguaré, bajo juramento, delante de este tribunal, que es...

JUEZ — Esperad. Prestad primero el juramento.

Hecho esto, prosiguió:

—Señor: Este hombre, a pesar de su buen nombre, es de los más viles de nuestro país, pues no tiene respeto a Príncipe ni pueblo, a ley ni costumbre, sino que hace lo posible para infundir en todos sus pérfidas ideas, por lo general, llama principios de fe y santidad. Concretando más, yo mismo lo he oído decir que son diametralmente opuestos el Cristianismo y las costumbres de nuestra ciudad de Vanidad, y que no podían, en manera alguna, reconciliarse; por lo cual, excelentísimo señor, no solo condena nuestros procederes laudables, sino también los que los seguimos.

JUEZ — ¿Tenéis algo más que añadir?

ENVIDIA — Mucho más podría decir si no temiese ser molesto. Sin embargo, si es preciso, cuando los otros señores hayan dado testimonio, a fin de que nada falte para condenarle, ampliaré mi declaración.

JUEZ — Podéis retiraros.

Llamaron luego a Superstición y le mandaron que mirase al reo y que dijese lo que supiera contra él y a favor del rey. Le tomaron entonces el juramento, y empezó así:

SUPERSTICIÓN. — Excelentísimo señor: No conozco mucho a este hombre, ni tampoco lo deseo. Sin embargo, esto es lo que sé, por una conversación que tuve con él en esta ciudad: que es muy pernicioso. Le oí decir que era vana nuestra religión, y tal que con ella nadie podía agradar a Dios, de cuyo dicho sabéis muy bien lo que necesariamente se desprende, a saber: que todavía ofrecemos culto en vano; que estamos todavía en nuestros pecados y que, por fin, hemos de ser condenados. Esto es lo que tengo que decir.

Entonces se tomó el juramento a Adulación y se le mandó decir lo que supiera contra el reo.

ADULACIÓN. — Excelentísimo señor, y vosotros señores que formáis parte del tribunal: Conozco ya de mucho tiempo a este acusado, y le he oído decir cosas que nunca deben decirse, porque ha injuriado a nuestro noble Príncipe Belcebú, y ha hablado con desprecio de sus ilustres amigos el señor Hombre-Viejo, el señor Deleite-Carnal, el señor Comodidad, el señor Deseo-de-Vanagloria, el anciano señor Lujuria, el caballero Gula, con todos los demás de nuestra nobleza. Ha dicho además que si todos los hombres pensasen como él, a ser posible, no quedaría ni uno de estos nobles en la ciudad. Más aún. No ha reparado en injuriar a su señoría, que ha sido nombrado su juez, llamándole bribón, impío, con cuyos términos y otros igualmente injuriosos y despreciativos, ha vilipendiado a la mayor parte de los personajes ilustres de nuestra ciudad.

Cuando Adulación hubo concluido su deposición, el juez se dirigió al reo, diciendo:

— Vamos, renegado, hereje, traidor: ¿has oído lo que estos respetables señores han testificado contra ti?

FIEL — ¿Se me permite decir unas cuantas palabras en mi descargo?

JUEZ — ¡Ah, malvado! No mereces vivir ni un momento más; mereces sólo morir en el acto; sin embargo, para que todos vean nuestra suavidad para contigo, ¿qué es lo que puedes decir?

FIEL — Primero. Digo, en contestación a lo que el señor Envidia ha testificado, que yo no he dicho nunca otra cosa más que lo siguiente: Que cualquier regla, cualesquiera leyes o costumbres, o personas que estén directamente en contra de la Palabra de Dios, son diametralmente opuestas al Cristianismo. Si esto no es verdad, convénzaseme del error, y pronto estoy aquí mismo, delante de vosotros, a hacer mi retractación.

Segundo. En cuanto al segundo, el señor Superstición y su acusación, más dicho es el siguiente: En el culto de Dios es necesaria una fe divina, y ésta no puede existir sin la revelación divina de la voluntad de Dios; por tanto, todo lo que se infiera en el culto de Dios que no esté conforme con la revelación divina no puede tener otra procedencia que de una fe humana, y esta fe no será valedera para la vida eterna.

Tercero. En cuanto al señor Adulación (haciendo caso omiso de lo que ha dicho sobre injurias y cosas parecidas), digo que el Príncipe de esta ciudad, con toda la gentecilla de su séquito, que él mismo nos ha descrito, tienen mejor cabida y pertenecen más al infierno que a esta ciudad y a este país. Y no digo más, sino que el Señor tenga misericordia de mí.

Entonces, volviéndose el juez al Jurado (que durante todo este tiempo había estado en su sitio, observando y cuchando), dijo: "Señores jurados, ya veis a este hombre que ha provocado un gran tumulto en nuestra ciudad; acabáis de oír lo que estos dignos caballeros han testifica contra él; también habéis escuchado su réplica y confesión. Ahora a vosotros corresponde condenarle o salvarle; mas antes juzgo conveniente instruiros en nuestra ley.

"En los días de Faraón el Grande, siervo de nuestro Príncipe, y para prevenir que se multiplicasen los de una religión contraria a la nuestra y se hiciesen demasiado fuertes, se publicó contra ellos un decreto mandando que todos sus niños varones fuesen arrojados al río. En los días de Nabucodonosor el Grande, también siervo suyo, se publicó otro decreto ordenando que todos los que no quisiesen doblar la rodilla y adorar su imagen de oro fuesen arrojados a un horno de fuego. En los días de Darío se publicó también otro edicto prescribiendo que cualquiera persona que dentro de cierto tiempo invocase a otro dios que a él, fuese arrojado a la cueva de los leones. Ahora en la esencia de estas leyes ha sido quebrantada por este rebelde, no sólo en pensamiento (que ni aún esto debe permitirse), sino también por palabra y obra; ¿y puede esto tolerarse?

"Porque hablando del decreto de Faraón, fue hecha aquella ley sobre una suposición; es decir, a fin de prevenir un mal, pues hasta entonces no se había cometido ningún crimen; pero aquí tenemos una abierta infracción de la ley.

"En los casos segundo y tercero, como veis, arguye contra nuestra religión, y ya que él mismo ha confesado su traición, es reo de muerte."

Entonces se retiraron los del Jurado, cuyos nombres eran, respectivamente, Ceguedad, Injusticia, Malicia, Lascivia, Libertinaje, Temeridad, Altanería, Malevolencia, Mentira, Crueldad, Odio-a-la-luz e Implacable. Cada uno de estos dio individualmente su opinión en contra de él, y después acordaron, por unanimidad, declararle culpable ante el juez Primeramente dijo Ceguedad, que era presidente del Jurado: —Veo claramente que este hombre es un hereje. —Fuera del mundo semejante bribón—dijo Injusticia. —Sí—añadió el señor Malicia—, porque aborrezco su mismo aspecto. —Por mi parte, nunca le he podido sufrir—dijo el señor Lascivia. —Ni yo—confirmó el señor Libertinaje—, porque siempre se empeñaba en condenar mi modo de vivir. —A la horca, a la horca con él—dijo el señor Temeridad. —Es un miserable—añadió el señor Altanería. —Mi corazón se subleva contra él— dijo el señor Malevolencia. —Es un pillo—dijo el señor Mentira. —Se le hace demasiado favor con ahorcarle— dijo el señor Crueldad. —Despachémosle cuanto antes— dijo el señor Odio-a-la-luz. Y para concluir dijo el señor Implacable: —Aunque se me diera todo el mundo, no podría reconciliarme con él; declarémosle, pues, en el acto, digno de muerte.

Y así lo hicieron. Sin pérdida de tiempo se le condenó a ser llevado al lugar donde había estado en un principio, y allí ser ajusticiado con la muerte más cruel que se pudiera inventar.

Le sacaron, pues, para hacer con él según la ley de ellos; y primero le azotaron, luego le abofetearon, le cortaron la carne con cuchillos, después le apedrearon y le hirieron con sus espadas, y por fin le redujeron a cenizas en una hoguera. Tal fue el fin de FIEL

Mas detrás de la multitud vi un carro con dos caballos, que le esperaba, y tan pronto como le despacharon sus adversarios fue arrebatado en él por las nubes, al son de trompeta, camino derecho a la puerta celestial. En cuanto a Cristiano, dilataron su castigo y le volvieron a su cárcel, en donde permaneció todavía algún tiempo. Pero Aquél que todo lo dispone y tiene en su mano el poder sobre la rabia de ellos, dispuso que Cristiano escapase otra vez. Entonces él continuó su camino, cantando:

"¡Con qué valor, oh Fiel, has profesado Tu fe en Jesús, con quien serás bendito, Mientras sufra el incrédulo obstinado La pena que merece su delito!

Tu nombre, por morir cual buen soldado, Con letras indelebles queda escrito; Y si en el mundo y para el mundo mueres, Gozas eterna vida de placeres."

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