viernes, 14 de septiembre de 2007

EL progreso del peregrino - Capítulo V

CAPITULO V

Cristiano siguió su camino hasta que llegó a la casa del Intérprete, donde llamó varias veces. Al fin alguien acudió al llamamiento y le preguntó quién era.

CRISTIANO — Soy un viajero enviado acá por un conocido del buen dueño de la casa.

Llamaron, pues, al señor de la casa, el cual en poco tiempo vino a Cristiano, y le preguntó qué cosa quería.

CRISTIANO — Señor he venido de la Ciudad de Destrucción, y voy caminando al Monte de Sión. El hombre que está de portero a la puerta que da entrada a este camino, me dijo que si pasaba yo por aquí, usted me enseñaría cosas buenas y provechosas para mi viaje.

INTERPRETE — Pasa adentro; y te mostraré lo que te será de provecho.

Mandó a su mozo encender una luz e invité a Cristiano a que le siguiese. Conduciéndole a un cuarto privado, el Intérprete mandó al criado que abriese la puerta, lo cual hecho, Cristiano vio colgado en la pared un cuadro que representaba una persona venerable, con los ojos levantados al cielo, el mejor de los libros en sus manos, la ley de la verdad escrita en sus labios, y la espalda vuelta al mundo. Se hallaba de pie, en el ademán de razonar con los hombres, y una corona de oro se veía en su cabeza.

CRISTIANO — ¿Qué significa esto?

ÍNTERPRETE — El hombre representado en esta pintura es uno entre mil. Uno que puede decir en las palabras del apóstol: "Aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tenéis muchos padres; porque en Cristo Jesús yo os engendré por el Evangelio". Y como lo ve» con los ojos mirando al cielo, el mejor de los libros en sus manos, y la ley de la verdad escrita en sus labios, es para enseñarle que su misión es saber y explicar las cosas profundas a los pecadores: está en pie como para suplicar a los hombres. El tener la espada vuelta al mundo y una corona en la cabeza, es para hacerte entender que con despreciar y hacer poco caso de las cosas presentes, por amor al servicio de su Señor tendrá la corona como premio en el mundo venidero.

Te he enseñado este cuadro primero —añadió el Intérprete—, porque el hombre en él representado, es el único autorizado por el Señor del lugar que buscas, para que sea tu guía en todos los lugares difíciles que has de encontrar: por lo tanto pon cuidado a lo que has visto, no sea que en el camino te encuentres con alguno que con pretexto de dirigirte bien, te encamine a la muerte.

En seguida el intérprete tomó a Cristiano de la mano y lo condujo a una sala grande, llena de polvo, porque nunca había sido barrida. Después de que la hubieron examinado un poco de tiempo el intérprete mandó a uno que la barriese. Luego que comenzó a barrer, el polvo se levantó en nubes tan densas que Cristiano estuvo a punto de sofocarse. Entonces el intérprete llamó a una criada que estaba cerca:

—Trae agua y rocía la sala.

Hecho esto ya fue barrido sin dificultad.

CRISTIANO — ¿Qué significa esto?

ÍNTERPRETE — Esta sala es como el corazón del hombre que nunca fue santificado por la dulce gracia del Evangelio. El polvo es su pecado original y su corrupción interior que ha contaminado todo el hombre. El que comenzó a barrer al principio es la ley; pero aquella que trajo el agua y roció la sala, es el Evangelio. —Y como viste que tan pronto como el primero comenzó a barrer, el polvo se levantó de tal manera que era imposible limpiar la sala y estuviste a punto de. sofocarte; esto es para enseñarte que la Ley en lugar, de limpiar el corazón de pecado, lo hace revivir, le da más fuerza y lo aumenta en el alma, por la razón de que la Ley descubre el pecado y lo prohíbe sin poder vencerlo. Y como viste que la moza roció la sala con agua y así se facilitó el barrerla; es para demostrarte que cuando el Evangelio entre en el corazón con sus influencias tan dulces y preciosas, el pecado es vencido y subyugado, y el alma queda limpia por la fe, por tanto, apta para que habite en ella el Rey de Gloria.

Vi también en mi sueño que el Intérprete tomó a Cristiano de la mano, y le condujo a un pequeño cuarto donde estaban dos niños, sentados cada uno en su silla. El nombre de uno era Pasión, y el del otro Paciencia. Pasión parecía estar muy descontento, mas Paciencia estaba muy tranquilo. Entonces preguntó Cristiano:

— ¿Por qué está descontento Pasión?

El Intérprete contestó diciendo:

—El ayo quiere que Pasión espere hasta el principio del año venidero para recibir sus mejores cosas; mas Pasión todo lo quiere al momento. Paciencia al contrario, está resignado a esperar.

Luego vi que vino un hombre a Pasión y le trajo un saco de tesoros y lo vació a sus pies, y el niño los recogió con gusto y se divirtió con ellos, haciendo burla al propio tiempo de Paciencia. Más vi que en poco tiempo todo lo había desperdiciado y no le quedaron más que andrajos.

CRISTIANO — Explíqueme usted, señor Intérprete, el significado de esto.

ÍNTERPRETE — Estos dos muchachos son figuras: Pasión, de los hombres de este mundo, y Paciencia de los del venidero; porque como has visto que Pasión todo lo quiere en este mismo año, es decir, en este mundo, así son los hombres mundanales; quieren gozar de todas sus cosas buenas en esta vida y no pueden esperar hasta la vida venidera. Aquel dicho: "un pájaro en la mano vale más que cien volando", les es de más autoridad que todo el testimonio Divino sobre los bienes del mundo venidero. Mas como viste que él pronto malgastó todo, y nada le quedó sino andrajos, lo mismo sucederá con tales hombres en el fin de este mundo.

CRISTIANO — Veo que Paciencia tiene la mejor sabiduría, y eso por dos razones: primero, porque espera para recibir sus cosas buenas; y segundo, porque él recibirá sus tesoros cuando el otro no tendrá más que andrajos, por haber malgastado lo que tenía.

ÍNTERPRETE — Y bien puedes agregar otra razón, a saber, la gloria del mundo venidero nunca se acabará; mientras que los bienes de este mundo se desvanecerán pronto. Por lo tanto Pasión, aunque recibió sus buenas —cosas desde luego, tenía menos razón de reírse que Paciencia, puesto que este recibirá sus tesoros al fin. Así el primero tiene que ceder paso a lo que viene después, cuando llegue la hora; mas lo que es último no cede paso a nada; porque nada hay que le siga. Por esta razón el que recibe su parte al último de todos, lo tendrá para siempre. El que tiene su porción al presente, con el tiempo la va gastando hasta que no le queda nada; el que tiene al fin, la tendrá para siempre, porque no habrá más tiempo que se la gaste. Así se dijo al rico avariento: "Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; mas ahora él es consolado aquí y tú atormentado."

CRISTIANO — Según esto no es lo mejor afanarse por las cosas presentes, sino poner la esperanza en las venideras.

INTÉRPRETE — Esa es la verdad: "Las cosas que se ven son temporales; mas las que no se ven son eternas". Pero sucede, desgraciadamente, que teniendo tanta conexión entre sí las cosas presentes y nuestros apetitos carnales, se hacen muy pronto amigos; lo cual no pasa con las cosas venideras, que están a tanta distancia del sentido de la carne.

Después de esto, tomando Intérprete de la mano a Cristiano, lo introdujo en un lugar donde había fuego encendido junto a la pared, y uno echando agua sin cesar con intento de apagarle; mas el fuego continuaba cada vez más vivo y con mayor intensidad. Sorprendido de esto nuestro hombre, preguntó su significado, y entonces Intérprete respondió: —Ese fuego representa la obra de la gracia en el corazón, y ese que ves echando agua es Satanás; pero su intento es vano. Ven conmigo y comprenderás por qué en lugar de extinguirse el fuego se hace cada vez más vivo. ¿Ves esa otra persona? Continuamente está echando aceite en el fuego, aunque secretamente, y de esa manera le da cada vez más cuerpo. Esa persona es Cristo, que con el óleo de su gracia mantiene la obra comenzada en el corazón, a pesar de los esfuerzos del Demonio. Y el estar detrás de la pared te enseña que es difícil para los tenta­dos ver cómo esta obra de la gracia se mantiene en el alma.

En seguida llevó a Cristiano a un sitio muy delicioso, donde había un soberbio y bellísimo palacio, en cuya azotea había algunas personas vestidas de oro y a cuya puerta vio una gran muchedumbre de hombres, muy deseosos, al parecer, de entrar; pero que no se atrevían. Vio también a poca distancia de la puerta un hombre sentado a una mesa, con un libro y recado de escribir, y tenía el encargo de ir apuntando los nombres de los que entraban. Además vio en el portal muchos hombres armados para guardar la entrada, resueltos a hacer todo el daño posible a los que intentasen entrar. Mucho sorprendió esto a Cristiano; pero su asombro subió de punto al observar que mientras todos retrocedían, por miedo a los hombres armados, uno que llevaba retratada en su semblante la intrepidez se acercó al que estaba sentado a la mesa, diciéndole: "Apunte usted mi nombre", y luego desenvainando su espada y con la cabeza resguardada por un yelmo acometió por medio de los que estaban puestos en armas, y a pesar de la furia infernal con que se lanzaron sobre él, empezó a repartir denodadamente tajos y golpes. Su intrepidez fue tal que, aunque herido y habiendo derribado a muchos que se esforzaban desesperadamente por detenerle, se abrió paso y penetró en el palacio, a tiempo que los que habían presentado la lucha desde la azotea, le vitoreaban, diciéndole: "Entrad, entrad y lograréis la gloria eterna." Después de lo cual le recibieron gozosos en su compañía y le vistieron con vestiduras resplandecientes, semejantes a las suyas.

—Todo esto lo comprendo—dijo entonces Cristiano sonriéndose—: dame ahora permiso para continuar mi camino.

—No —le respondió Intérprete—; aún tengo que mostrarte algunas cosas. —Y tomándole de la mano le llevó a un cuarto oscuro, donde había un hombre encerrado en tina jaula de hierro. Su semblante revelaba profunda tristeza; sus ojos estaban fijos en la tierra; sus manos cruzadas, al mismo tiempo que profundos suspiros y gemidos indicaban la tortura de su corazón.

— ¿Qué es esto?—dijo asombrado Cristiano.

— Pegúntaselo a él mismo —le respondió Intérprete.

CRISTIANO — ¿Quién eres tú?

ENJAULADO — ¡Ah! En otro tiempo hice profesión de cristiano, y prosperaba y florecía a mis propios ojos y a los ojos de los demás. Me creía destinado a la Ciudad Celestial, y esta idea me llenaba de grande regocijo. Pero ahora soy una criatura de desesperación; encerrado en esta jaula de hierro, no puedo salir, ¡ay de mí!, no puedo salir.

CRISTIANO — Pero ¿cómo has llegado a este estado tan miserable?

ENJAULADO — Dejé de velar y de ser sobrio, solté la rienda a mis pasiones, pequé contra lo que clara y expresamente manda la palabra y bondad del Señor; entristecí al Espíritu Santo, y éste se ha retirado; tenté al Diablo, y vino a mí; provoqué la ira de Dios, y el Señor me ha abandonado; mi corazón se ha endurecido de tal manera, que ya no puedo arrepentirme.

CRISTIANO — ¿Pero no hay remedio ni esperanza para ti? ¿Habrás de estar encerrado siempre en esa férrea jaula de desesperación? ¿No es infinitamente misericordioso el Hijo bendito del Señor?

ENJAULADO — He perdido toda esperanza. He crucificado de nuevo en mí mismo al Hijo de Dios, he aborrecido su persona, he despreciado su justicia, he profanado su sangre, he ultrajado al Espíritu de gracia; he aquí por qué me considero destituido de toda esperanza, y no me restan sino las amenazas terribles de un juicio cierto y se­guro, y la perspectiva de un fuego abrasador, de cuyas llamas he de ser pasto. A este estado me han traído mis pasiones, los placeres e intereses mundanos, en cuyo goce me prometí en otro tiempo muchos deleites, pero que aho­ra me atormentan y me corroen como un gusano de fuego.

INTÉRPRETE — Pero, ¿no puedes aún al presente volverte a Dios y arrepentirte?

ENJAULADO — Dios me ha negado el arrepentimiento; en su palabra no encuentro ya estímulo para creer; es el mismo Dios el que me ha encerrado en esta jaula, y todos los hombres del mundo juntos no me podrán sacar de ella. ¡Oh, eternidad, eternidad! ¿Cómo podré yo luchar con la miseria que me espera en la eternidad?

INTÉRPRETE — Cristiano, nunca eches en olvido la miseria de este hombre; que te sirva siempre de escarmiento y de aviso.

CRISTIANO — ¡Terrible es esto! Concédame el Señor su auxilio para velar y ser sobrio, y pedirle que no permita el que yo llegue algún día a ser presa de tamaña miseria. Pero, Señor, ¿no le parece a usted que ya es tiempo de que yo me marche?

INTÉRPRETE — Aún no. Tengo una cosa más que mostrarte.

Y tomándole de la mano lo pasó a una habitación, donde se veía a uno, en el acto de levantarse de la cama, y que, según se iba vistiendo, se estremecía y temblaba. Intérprete no quiso explicar por sí mismo el significado de esto, sino que mandó al que se vestía que la diese, el cual dijo así:

— Esta noche he soñado que tinieblas espantosas se difundían por todo el cielo, al mismo tiempo que se sucedían tales y tan terribles relámpagos y truenos, que me pusieron en la mayor agonía. Vi también que las nubes chocaban violentamente unas contra otras, agitadas por un impetuoso huracán. Vi un hombre, sentado en una nube, acompañado de millares y millares de seres celestiales, todos en llamas de fuego; los cielos parecía que estaban ardiendo como un horno, y al mismo tiempo oí la voz de una terrible trompeta, que decía: "Levantaos, muertos, y venid a juicio"; en el mismo momento vi que las rocas se hendían, se abrieron los sepulcros y salieron los muertos en ellos encerrados, unos levantando muy contentos los ojos al cielo, y otros, avergonzados, buscando esconderse debajo de las montañas. Entonces vi al hombre de la nube abriendo el libro y mandando que todos se aproximasen a él; pero a una respetuosa distancia, cual suele haber entre el juez y los reos que por él van a ser juzgados, pues de la nube salía fuego que no permitía a ninguno acercarse a ella. En seguida oí al hombre de la nube que intimaba a sus servidores: "Recoged la cizaña, la paja y la hojarasca, y arrojadlo todo al lago ardiendo". Y en el mismo instante, precisamente cerca de donde yo me hallaba, se abrió el abismo, de cuya boca salían con horrible ruido nubes espantosas de humo y carbones encendidos. Luego volvió a decir: "Allegad mi trigo en el alfolí"; y en­tonces muchos fueron arrebatados por las nubes, pero yo quedé donde estaba. En esto yo buscaba donde escon­derme; pero no me era posible, porque los ojos del hombre de la nube estaban fijos en mí; entonces mis pecados se amontonaron en mi memoria y mi conciencia me acusaba por todas partes, y con esto me desperté.

CRISTIANO — Pero, ¿y por qué tanto temor a la vista de todo esto?

HOMBRE — Porque creí que el día del juicio había llegado, y yo no estaba preparado para él; pero más aún: porque al ver a los ángeles recoger a muchos, me dejaron a mí, y precisamente a la boca del abismo; al mismo tiempo mi conciencia me atormentaba, pareciéndome que el Juez tenía en mí fijos sus ojos y su rostro lleno de indignación.

Entonces dijo Intérprete a Cristiano: — ¿Has considerado bien todas estas cosas?

CRISTIANO — Sí, y me infunden temor al par que esperanza.

INTÉRPRETE — Grábalas, pues, en tu memoria, y sean ellas un estímulo para que continúes avanzando en el camino que debes seguir. Marcha ya; el Consolador te acompañe, y sea él siempre el que dirija tus pasos hacia la ciudad.

Cristiano marchó, y por el camino repetía sin cesar estas palabras: —Cosas muy grandes y muy provechosas acabo de ver; al par que terribles, son también para mí de mucho aliento. Quiero pensar siempre en ellas, que no en balde se me han enseñado. Gracias al buen Intérprete, que ha sido tan bondadoso conmigo.

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