viernes, 14 de septiembre de 2007

El progreso del peregrino - Capítulo X

CAPITULO X

Cristiano sufre muchas aflicciones en el valle de Sombra-de-muerte; pero habiéndole enseñado la experiencia a ser vigilante, anda siempre con la espada desnuda en la mano, ejercitándose en la práctica de la oración, y de esta manera pasa con seguridad y sin experimentar daño alguno.

Cuando apenas se había acercado al borde de la Sombra-de-muerte, se encontró con dos hombres que volvían a toda prisa; eran hijos de aquéllos que trajeron malos informes de la buena tierra, con quienes Cristiano trabó la siguiente conversación:

CRISTIANO — ¿Adonde van?

HOMBRE — Atrás, atrás; y si estimas en algo tu vida y tu paz, te aconsejamos que hagas lo mismo.

CRISTIANO — 'Pues, ¿por qué? ¿Qué hay?

HOMBRE — ¿Qué? Nos dirigíamos por este mismo camino que tú llevas; habíamos avanzado ya hasta donde nos atrevimos; pero apenas hemos podido volver, porque si hubiéramos dado unos cuantos pasos más no estaríamos ahora aquí para darte estas noticias.

CRISTIANO — Pero, ¿qué es lo que habéis encontrado?

HOMBRE — Casi estábamos ya en el valle de Sombra-de-muerte, cuando felizmente extendimos nuestra vista delante de nosotros y descubrimos el peligro antes de llegar.

CRISTIANO — Pero, ¿qué habéis visto?

HOMBRE — ¡Ah! Hemos visto el valle mismo, que es tan negro como la pez (Sustancia resinosa, ólida, que se obtiene echando en agua fría el residuo que deja la trementina después de sacarle el aguarrás); hemos visto allí los fantasmas, sátiros y dragones del abismo; hemos oído también en ese valle un continuo aullar y gritar como de gentes sumidas en miseria indecible, que allí sufren agobiadas bajo el peso de aflicciones y cadenas. Sobre este valle también se extienden las horrendas nubes de la confusión; la muerte también cierne sus alas constantemente sobre él. En una palabra: allí todo es horrible y todo está en espantoso desorden.

CRISTIANO — Lo que decís no me demuestra sino que éste es el camino que debo seguir hacia el deseado puerto.

HOMBRE — Sea enhorabuena; nosotros no queremos seguir éste.

Y con esto se separaron, y Cristiano siguió su camino; pero siempre con la espada desnuda en su mano por temor de ser acometido.

Entonces medí con mi vista todo lo largo de este valle, y vi a la derecha del camino un foso profundísimo, que es adonde unos ciegos han guiado a otros ciegos durante todos los siglos, habiendo todos perecido en él miserablemente. Por la izquierda vi un charco peligrosísimo, en el cual, aun siendo bueno el que tiene la desgracia de caer, no halla fondo para sus pies; en él cayó el rey David una vez, e indudablemente se hubiera ahogado si no le hubiera sacado el que es poderoso para hacerlo.

La senda era también excesivamente estrecha, viéndose por lo mismo el bueno de Cristiano en muy grande apuro, porque en la oscuridad, si procuraba apartarse del foso por un lado, se exponía a caer en el charco por el otro; si trataba de evitar el charco, a no tener sumo cuidado, estaba a punto de caer en el foso. De esta manera marchaba, lanzando amargos suspiros, porque sobre los peligros ya mencionados, el camino por aquí estaba tan oscuro, que muchas veces, al levantar su pie para dar un paso, no sabía dónde ni sobre qué iba a sentarle.

Como a la mitad de este valle, vi que se encontraba la boca del infierno a orillas del camino.

Terrible fue entonces la situación de Cristiano, que no sabía qué hacer, pues veía salir llamas y humo con tanta abundancia, juntamente con chispas y ruidos infernales, que, viendo Cristiano que de nada le servía la espada que tanto le había valido contra Apollyón, determinó envainarla y echar mano de otra arma, a saber: de TODA ORACIÓN. Y así le oía exclamar: "Libra ahora, oh Jehová, mi alma". Así siguió por mucho tiempo, viéndose de vez en cuando envuelto por las llamas; también oía voces tristes y gente como corriendo de una a otra parte; de manera que a lo mejor creía iba a ser desgarrado o pisoteado como el lodo en las calles. Este espectáculo horroroso y estos ruidos terribles le siguieron por algunas leguas.

Por fin llegó a un lugar donde le pareció oír que venía hacia él una legión de enemigos; esto le hizo detenerse y pensar seriamente qué le convendría hacer. Por una parte le parecía mejor volver; pero por otra pensaba que tal vez habría pasado ya más de la mitad del valle. También se acordó de cómo había vencido ya muchos peligros, y discurrió que el peligro de volver podría ser mías y mayor que el de avanzar y se decidió a seguir. Pero como los enemigos parecían acercarse más y más, hasta llegar casi a tocarle, gritó entonces con una voz vehementísima: "Andaré en la fuerza de Jehová." A cuyo grito huyeron y no volvieron a molestarle más.

Una cosa me llamó mucho la atención, y no lo quisiera pasar por alto. Advertí que el pobre Cristiano estaba tan aturdido, que no conocía su propia voz, y lo advertí de la manera siguiente: Cuando hubo llegado frente a la boca del abismo encendido, uno de los malignos se deslizó suavemente detrás de él y silbó a su oído muchas y muy terribles blasfemias, que el pobre creía salían de su propio corazón. Esto apuró a Cristiano más que todo cuanto hasta entonces había sucedido; ¡pensar siquiera que pudiera blasfemar de Aquél a quien antes había amado tanto! Si hubiera podido remediarlo no lo hubiera hecho; pero no tuvo la discreción de taparse los oídos, ni la de averiguar de dónde venían estas blasfemias.

Ya llevaba Cristiano bastante tiempo en tan desconsolada situación, cuando le pareció oír la voz de un hombre que iba delante de él diciendo: "Aunque ande por el valle de Sombra-de-muerte no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo". Esto le puso gozoso por muchas razones:

1. a Porque infería de aquí que algunos otros que temían a Dios estaban también en este valle.

2. a Porque percibía que Dios estaba con ellos, aunque su estado era tan oscuro y triste. "¿Y por qué no también conmigo—pensó en su interior—, aunque por razón del impedimento propio de este lugar no puedo percibirlo?".

3. a Porque esperaba (si lograba alcanzarlos) tener luego compañía. Se animó, pues, a seguir su marcha, y dio voces al que iba delante; pero éste, creyéndose también solo, no sabía qué contestar. Muy pronto empezó a rayar el alba, y Cristiano dijo: "El vuelve en mañana las tinieblas". Luego amaneció el día, y dijo Cristiano: "En mañana vuelve la sombra."

Venida la mañana, volvió la vista hacia atrás, no porque desease volver, sino para ver con la luz del día los peligros que había pasado durante la noche. Vio, pues, más claramente el foso por una parte y el charco por otra, y cuan estrecha había sido la senda que pasaba por entre los dos; vio también los fantasmas, los sátiros y dragones del abismo, pero todos muy lejos; porque con la luz del día nunca se acercaban, pero le eran descubiertos, según está escrito: "El descubre las profundidades de las tinieblas y saca a luz la sombra de muerte". Grande impresión sintió Cristiano al verse libre de los peligros de aquel solitario valle; pues aunque los había temido mucho, ahora que los miraba a la luz del día conocía mejor su gravedad. En esto se levantó el sol, y no fue pequeña merced, pues si peligrosísima había sido la primera parte del valle, la segunda, que aún le restaba que andar, prometía, a ser posible, muchos más peligros, porque desde el punto que se encontraba hasta el mismo fin del valle el camino estaba tan lleno de lazos, trampas, cepos y redes por una parte, y tan sembrado de abismos, precipicios, cavidades y barrancos por otra, que si entonces hubiese sido noche, como en la primera parte del camino, mil almas que tuviera las hubiera perdido todas sin remedio; mas, por fortuna, acababa de levantarse el sol. Entonces dijo él: "Hace resplandecer su candela sobre mi cabeza, a la luz de la cual yo camino en la oscuridad".

Con esta luz, pues, llegó Cristiano al fin del valle, donde vi en mi sueño sangre, huesos, cenizas y cuerpos de hombres hechos pedazos, que eran cuerpos de peregrinos que en tiempos atrás habían andado este camino. Pensaba yo sobre lo que podía haber sido causa de esto, cuando descubrí más adelante una caverna, donde anteriormente vivían dos gigantes, Papa y Pagano, cuyo poder y tiranía habían causado tamaños horrores.

Cristiano pasó por allí sin gran peligro, lo cual excitó mi admiración; mas después me lo he explicado fácilmente, sabiendo que Pagano ha muerto hace mucho tiempo y en cuanto al otro, aunque vive todavía, su mucha edad y los vigorosos ataques que ha sufrido en su juventud le han puesto tan decrépito y sus coyunturas tan rígidas, que ahora no puede hacer más que estar a la boca de su caverna, dirigiendo amenazas a los peregrinos cuando pasan y desesperándose porque no puede alcanzarlos.

Cristiano prosiguió su viaje, y la vista del anciano sentado a la boca de la caverna le dio mucho que pensar, especialmente al oír que, no pudiendo moverse, le gritaba: —No os enmendaréis hasta que muchos más de vosotros .seáis entregados a las llamas—. Pero nada respondió, y pasando sin inquietud y sin recibir daño alguno, cantó:

¡Oh, mundo de sorpresas! (Bien lo digo.)

¡Qué maravilla verme preservado

De tanto mal! Con gratitud bendigo

La mano que ha mostrado

Su poder y 'bondad así conmigo.

¡Cuántos peligros, cuántos me cercaban

Al cruzar este valle tenebroso!

Demonios mi camino rodeaban

Con lazos, redes y profundo foso.

¡Cuan fácil puede ser una caída!

Mas Jesús, que los suyos no abandona,

Ha guardado mi vida.

¡El merece del triunfo la corona!

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