viernes, 18 de enero de 2008

UN NIÑO EN LA MULTITUD

En los primeros días de octubre de 1.948, el Estadio Nacional de Santiago de Chile, estaba lleno de inmigrantes europeos, que cumplían cuarentena, antes de integrarse en la sociedad.

Entre ellos, la Sra. Herta con sus hijos Eric de 17 años y Hans de 4, que habían dejado atrás la horrible guerra que convulsionó Europa.

Eric, único sostén de la familia, salió el último día de la cuarentena, a buscar trabajo y su hermano Hans, después de mucho insistir, consiguió le dejaran acompañarlo.

En la avenida Grecia y otras calles, sin saber español, procuraba Eric su propósito; contaba como mayor recurso con una simple tarjeta que decía: "Señor Alfredo Ritter, Joyero", y una dirección.

En la primavera chilena, las calles estaban llenas de gente, entre los cuales, Hans se separó de su hermano, y se perdió en un mundo nuevo, desconocido, donde no entendía nada.

Vio que todo era diferente, otros coches, otras caras, otra gente, otros vestidos, otras casas, otro idioma, otra música. Llegaba la noche y comenzó a sentir miedo y a llorar.

Preguntó a unos niños que jugaban, si podían llevarle con su madre, y al no entenderle, se burlaban de cómo hablaba, e intentando imitar sus palabras, se reían de el mas y mas.

Hans, se descorazonaba, lleno de angustia. De pronto los muchachos dejaron de reírse. Comenzaron a reunirse hombres, mujeres, niños, con guitarras y libros de oración. La esperanza que brotó de Hans se frustró viendo que también hablaban en el idioma que el no entendía. Pero comenzó la guitarra a sonar una música que el había escuchado muchas veces en la iglesia en su lejana patria, las palabras eran otras, pero con la misma música.

Entonces le pareció que esa gente era conocida y vio en ellos las caras de sus amigos de siempre. Se acercó, y con su vocecita cantó con ellos, y no le parecieron extraños y no se sintió ni solo ni perdido.

Pasarían aún dos horas hasta que fue devuelto a su madre, pero el, cantando a Jesús sintió una gran confianza, se sintió como integrante de una gran familia que se amaba.

Hans era muy pequeño para comprenderlo, pero intuyó sin poder explicarlo, que en cualquier parte que se encuentra a Dios se está en casa.

Como Hans encontró paz en la presencia de Dios, así tu puedes encontrar consuelo. En la casa de Dios hay lugar para ti, para que seas bendecido.

"Aun el gorrión halla casa, y la golondrina nido para si, donde ponga sus polluelos, cerca de tus altares, oh Jehová de los ejércitos, Rey mío y Dios mío". (Salmo 84: 3)

Lejos de Dios, todos estamos perdidos, aun estando en nuestra propia casa.

"Bienaventurados los que habitan en tu casa; perpetuamente te alabarán". (Salmo 84: 4)

Donde está la presencia de Dios, hay gozo y paz, Dios llena todas tus necesidades.

"Yo me alegré con los que me decían: a la casa de Jehová iremos". (Salmo 122: 1)