viernes, 14 de septiembre de 2007

EL progreso del peregrino - Capítulo VII

CAPITULO VII

Cristiano encuentra a Simplicidad, Pereza y Presunción entregados a un profundo sueño; es despreciado por Formalista e Hipocresía; sube por el collado Dificultad; pierde el rollo y le halla otra vez.

Pasada esta escena, vi en mi sueño que Cristiano continuó su camino, y llegando a una hondonada, vio algún tanto desviados del camino, entregados a un profundo sueño y con grillos en sus pies, a tres sujetos que se llamaban simplicidad, Pereza y Presunción. Se acercó a ellos, con objeto de despertarlos, y les dio voces diciendo: —Despertad, que sois como los que duermen en lo alto de un mástil, que tienen debajo de sus pies el mar muerto, que es un abismo sin fondo. Levantaos y venid conmigo; yo os ayudaré también a quitaros esos grillos, porque si pasa por aquí el león rugiente, indudablemente caeréis en sus terribles garras. Los tres se despertaron, fijaron sus miradas en Cristiano, empezando a contestarle del modo que sigue. Simplicidad dijo: —Yo no veo aquí peligro alguno. —Pereza añadió a su vez: Aún un poco más de dormir. —Y Presunción se quejó por —meterse en lo que nada le importaba; y con esto se entregaron de nuevo al sueño, dejando a Cristiano que siguiese su camino. Así lo hizo éste, aunque profundamente entristecido y lastimado de ver aquellos hombres, puestos en riesgo tan inminente, rehusar testarudos al que generosamente se había brin­dado, después de despertarlos de su funesto sueño y darles saludables consejos, a ayudarles a deshacerse de sus li­gaduras.

Absorto en estos pensamientos marchaba nuestro buen hombre, cuando, con gran sorpresa, vio saltar la muralla que guardaba el camino angosto dos seres que a pasos muy apresurados se dirigían hacia él: sus nombres eran Formalista e Hipocresía. Llegados al encuentro de Cris­tiano, se trabó entre ellos la siguiente conversación:

CRISTIANO — Señores, ¿de dónde venís y adonde vais?

FORMALISTA e HIPOCRESÍA. — Somos naturales de la tierra de Vanagloria, y nos dirigimos en busca de alabanzas al monte Sión.

CRISTIANO — Pero, ¿cómo no habéis entrado por la puerta que está al principio del camino? ¿No sabéis que está escrito: "El que no entra por la puerta, mas sube por otra parte, el tal es ladrón y robador?".

FORM. e HIP. — Los naturales de nuestro país consideran, y con razón, que para buscar la puerta necesitan dar un gran rodeo, y les es más corto y más fácil saltar por la pared. Es verdad que con esto traspasan la voluntad revelada del Señor; pero han adquirido ya esa costumbre, que data de más de mil años, y que tiene, por tanto, los derechos de prescripción. Seguramente, llevada la cuestión a un tribunal, un juez imparcial fallaría a nuestro favor. Además, la cuestión es entrar en el camino; el por dónde es lo de menos; usted ha entrado por la puerta, nosotros lo hemos hecho por la pared; pero uno y otros estamos en el camino, y no vemos en usted ventaja alguna sobre nosotros.

CRISTIANO — No puedo en manera alguna ser de vuestro pa­recer. Yo sigo la regla del Maestro, al mismo tiempo que vosotros seguís nada más que el tosco impulso de vuestros caprichos, y sois, con razón, mirados como salteadores por el Señor del camino. Estoy cierto que al fin de vuestro viaje no seréis mirados como hombres de verdad y de fe. Habéis entrado sin la anuencia del Señor, y saldréis sin su misericordia.

FORM. e HIP. — Será lo que dices todo lo verdad que quieras suponer; pero cuídese cada uno de sí mismo y deje en paz a los demás. Sabe que las leyes y ordenanzas las guardaremos tan escrupulosamente como tú; nada, pues, nos distingue de ti sino ese vestido, que, sin duda, te ha dado algún vecino para cubrir la vergüenza de tu des­nudez.

CRISTIANO — En grande equivocación estáis, creyendo que os salvarán las leyes y ordenanzas, pues no habéis entrado por la puerta angosta. Este vestido que llama vuestra atención me fue dado por el Señor para cubrir así la ver­güenza de mi desnudez, y lo tengo por gran señal de su bondad, pues antes no tenía más que andrajos. Cuando yo llegue a la puerta de la ciudad, El me reconocerá como bueno y merecedor de ser en ella admitido por este vesti­do que de su voluntad me dio el día que me limpió de mi miseria. Además, llevo en mi frente una señal, que sin duda no habéis visto, puesta sobre mí por uno de los so­cios más íntimos del Señor el día en que se cayó de mis hombros la carga que me tenía tan abrumado. Después de esto, tengo también un rollo, que entonces mismo se me dio, con el doble objeto de que su lectura me consolase durante mi viaje y su presentación me facilitase la entrada a la puerta celestial. Sospecho que todas estas cosas os han de hacer falta, y carecéis de ellas porque no habéis entrado por la puerta.

Nada respondieron los dos a estas observaciones de Cristiano; únicamente se miraron uno a otro y se sonrie­ron. Los vi después a todos tres siguiendo su carrera. Cristiano iba delante de ellos hablando consigo mismo, unas veces triste, consolado y alegre otras, y muchas le­yendo el rollo que se le había dado y que le proporcionaba mucho aliento.

De esta manera llegaron al pie de un collado, llamado Dificultad, en el que había una fuente, y además del ca­mino que venía desde la puerta, había otros dos, uno ha­cia la izquierda y el otro hacia la derecha, por el llano, llamados el primero Peligro y el segundo Destrucción. El camino angosto subía derecho por el collado Dificultad. Cristiano se acercó a la fuente, bebió y se refrigeró. Emprendió después collado arriba por el camino angosto, cantando:

Llegar quiero a la cima del collado, Aunque tenga que subir dificultad; El camino de vida aquí trazado, Seguiré sin temor ni desmayar.

Arriba, pues, valor, corazón mío; La senda dura y áspera es mejor Que la llana, que lleva en extravío A la muerte y eterna perdición.

Los otros dos caminantes llegaron también al pie del collado; pero cuando vieron su elevación y su gran pen­diente, y que había otros dos caminos mucho más fáciles y que probablemente llevarían al mismo término que el que había tomado Cristiano para ir a la otra parte del co­llado, se resolvieron a ir por uno de ellos. El primero tomó el camino Peligro, y fue a parar a un gran bosque; el otro tomó el de Destrucción, que le condujo a un anchuroso campo lleno de oscuras montañas, donde tropezó y cayó para no levantarse más.

Volví mis ojos a Cristiano para presenciar su subida a la cumbre. ¡Cuánto trabajo y cuánta fatiga! No podía co­rrer, y algunas veces casi ni andar; trepaba nada más ayudándose con sus manos. Afortunadamente, a la mitad de la subida había un agradable cobertizo, puesto allí por el Señor del camino para descanso y refrigerio de los fati­gados viajeros. Entró en él Cristiano y se sentó a descan­sar. Sacó del seno su rollo para recrearse y consolarse con su lectura, y lo mismo hizo mirando al vestido que se le había regalado al pie de la Cruz. Mas, mientras así se re­creaba, le sobrevino el sueño, del cual no despertó casi hasta la noche, y durante el cual el rollo cayó de sus ma­nos. Mientras dormía se le acercó uno, que le dijo: "Pe­rezoso, ve a la hormiga, y considera sus caminos y apren­de sabiduría". A esta advertencia despertó y, levan­tándose al instante, emprendió de nuevo su marcha con toda prisa hasta vencer la cumbre.

Ya en ella, le salieron al encuentro Temeroso y Des­confianza, que retrocedían corriendo: — ¿Por qué retroce­déis?—les dijo. —Caminábamos—respondió Temeroso— hacia la ciudad de Sión; ya habíamos superado las dificul­tades de este collado; pero cuanto más avanzábamos hemos encontrado dificultades mayores; así que nos ha pare­cido más prudente retroceder y abandonar esta empresa. —Dice bien mi compañero—añadió Desconfianza—; a poco trecho de aquí hay a los dos lados del camino dos leones; si despiertos o dormidos, no lo sabemos; pero sí temíamos, con razón, que si llegábamos a ellos nos harían pedazos. —Me infundís miedo—respondió Cristiano— con lo que decís; pero, ¿adonde huiré para tener seguridad? Si vuelvo a mi país, fuego y azufre están preparados contra él, y allí mi perdición es segura; pero si logro llegar a la ciudad celestial estoy ya asegurado para siempre. Animo, pues, y adelante; tengamos confianza. Volver es buscar la muerte segura; en el avanzar hay, sí, temor de muerte; pero también la vida eterna en perspectiva; adelante, adelante. — Y diciendo y haciendo, echó a andar, mientras Temeroso y Desconfianza retrocedían corriendo collado abajo.

Mas el dicho de aquéllos le traía un poco pensativo, y para animarse y consolarse buscó en su seno el rollo. ¡Ay de él! No lo encontró. Grande fue entonces su aflicción e indecisión, pues se hallaba falto de lo que tanto le ayu­daba y era su salvoconducto para entrar en la Ciudad Ce­lestial. En tan críticos momentos se acordó de que se ha­bía quedado dormido en el cobertizo, e hincando sus rodi­llas en tierra pidió perdón al Señor y volvió atrás en busca de lo que había perdido. ¡Pobre Cristiano! ¿Quién po­drá expresar con palabras su pesadumbre y sentimiento? Unas veces lanzaba tristes suspiros, otras derramaba abun­dantes lágrimas, y sin cesar se reprendía a sí mismo por la necedad de haberse dejado apoderar del sueño en un lugar que estaba destinado solamente para un pequeño refrige­rio y descanso. Miraba a un lado y otro del camino cuida­dosamente, buscando su diploma, hasta que llegó al cobertizo. Allí su dolor se hizo más intenso, y más profunda la llaga de su pesar, a la vista de un sitio que le recordaba una desgracia tan sensible, y le hizo prorrumpir en los siguientes lamentos: "¡Miserable y desgraciado de mí! ¡Dormirme durante el día! ¡Dormirme en medio de tan­tas dificultades! ¡Condescender así con la carne y darle ese descanso en un sitio destinado solamente para el alivio del espíritu de los peregrinos! ¡Cuántos pasos he dado en vano! ¡Así les sucedió a los Israelitas, que por sus pecados se les hizo volver por el camino del Mar Rojo! ¡Triste de mí, que me veo precisado a dar con sentimientos estos pasos, que pudiera haber andado con placer a no haber sido por pecaminoso sueño! ¡Cuan adelantado no estaría yo ahora en mi camino! Me veo precisado a andar tres veces lo que con una me hubiera bastado, siendo lo peor del caso que probablemente me va a sorprender la noche, pues el día está ya casi pereciendo. ¡Cuánto más me hu­biera valido haber resistido el ataque del sueño!"

Así, absorto en estos pensamientos, llegó al cobertizo, donde se sentó algunos momentos para dar rienda, suelta a sus lágrimas, hasta que por fin quiso la Providencia que mirase debajo del banco donde se había sentado y descu­briese su rollo; inmediatamente lo recogió azorado y lo metió en su seno.

Imposible me sería describir la alegría de este hombre al tomar de nuevo posesión de su rollo, que era la garan­tía de su vida y el pase para el puerto que suspiraba. Lo metió cuidadosamente en su seno, dio gracias al Señor, que le hizo dirigir sus miradas al sitio donde lo había per­dido, y, llorando de alegría, emprendió de nuevo su marcha.

Muy ligero y muy alegre andaba, pero no tanto que no se le pusiese el sol antes de llegar a la cima. —¡Oh sueño funesto!— decía en medio de su dolor—; tú has sido la causa de que tenga ahora que hacer mi jornada de noche; el sol ya no me alumbra; mis pies no sabrán ya el camino por donde dirigirse y mis oídos no percibirán más que el rugido de los animales nocturnos. ¡Ay de mí! Los leones que Temeroso y Desconfianza vieron en el camino, precisamente de noche van en busca de su presa; si en la oscuridad doy con ellos, ¿quién me salvará de sus garras?

Tan lúgubres eran sus pensamientos mientras caminaba, cuando, levantando su vista, vio cerca un palacio magnífico, llamado Hermoso, que estaba situado frente al camino.

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